domingo, 16 de diciembre de 2007

3.10. Tricia Tanaka ha muerto

Hurley echa de menos a Libby. Ante su tumba, relata a su amiga muerta las últimas novedades: que los Otros se llevaron a Jack, Kate, y Sawyer –liberándole a él para que advirtiera a los demás de que no se acerquen nunca por el Otro lado de la isla (2.24)– y que hace un par de días Eko ha muerto a manos del monstruo (3.5). Debido a estos acontecimientos están todos muy asustados, pero Hugo Reyes confiesa a su chica que él siempre lo ha estado en la isla, excepto en su compañía...

Por si todo esto fuera poco, su amigo Charlie se está comportando de una forma muy rara desde la noche en la que Desmond se sinceró con él (3.8). El joven rockero está pasando por una grave crisis existencial, ya que en las visiones de futuro del escocés aparece muriendo una y otra vez, y es claro que no siempre será posible evitarlo. Al oir sobre estos extraños presagios Hurley vuelve a sentir el peso de la maldición que le persiguió tras ganar la lotería: pues no sólo ha sufrido junto a los demás el horrible accidente de avión, los misteriosos peligros de la isla y la muerte de su amiga más especial, sino que ya antes fue testigo de una extraordinaria cantidad de accidentes ocurridos en su entorno (1.18). La horrible sensación de ser un gafe para las personas más cercanas vuelve a embargarle. Sin embargo este día, tras hablar con Libby, tiene tendencia a interpretar que es posible un cambio de suerte, que las cosas van a empezar a salir bien. Dos acontecimientos van a interpelarle especialmente en este sentido: la visita del perro Vincent con su extraño hallazgo y la vuelta de Sawyer y Kate, liberados por fin de su cautividad entre los Otros.

Vincent llega corriendo de la selva llevando entre los dientes un brazo momificado del que cuelga un llavero de la suerte (por la pata de conejo) con una llave. Curioso trofeo, pues por una parte inspira aversión y miedo (Charlie no se encuentra con ánimos para ponerse a buscar esqueletos mancos) y por otra puede despertar un esperanzado interés en investigar qué es lo que podría abrirse con esa llave. Hurley se lanza en persecución del perro, decidido a atreverse a esperar ese cambio de suerte que tanto anhela y dispuesto a actuar para hacer que sea posible, ya que –como le solía decir su padre– la buena suerte se la busca uno... Poco después encuentra al dueño del brazo momificado (el esqueleto del operario Roger) y el objeto al que corresponden las llaves: una furgoneta Dharma medio enterrada en la maleza. Con la ayuda de Jin se empeña en reparar el oxidado vehículo para hacerlo funcionar: porque le gustan los automóviles y cree que esto puede ayudarles a pasar un buen rato en vez de tanto preocuparse por los Otros y por el monstruo, pero también porque para él sería un signo de que la buena suerte por fin se ha puesto de su lado. Cuando al cabo de un rato de inspecciones y debates en inglés-coreano ve llegar a Sawyer, vivito y coleando –y, como es típico en él, protestando por las cosas que le han quitado–, Hurley se siente feliz y totalmente seguro de que todo va a salir bien. La densa niebla que desde aquel día en el muelle ahogaba su corazón, por la desazón de haber tenido que irse dejando a sus amigos cautivos, se levanta al ver de vuelta a uno de los entonces secuestrados. Además se entera de que Kate también está libre, por lo que sólo falta Jack, pero nuestro amigo Hugo, totalmente optimista ante las buenas nuevas, prefiere ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío y se atreve a proclamar que Jack sin duda también se pondrá a salvo.

Sawyer, que había ido en busca de Hurley en actitud beligerante, se sorprende de la enorme alegría del muchacho al verle de nuevo y decide quedarse con él y con Jin para poner en pie la furgoneta y explorar el prometedor contenido de su maletero. Tras el requerido esfuerzo físico se contenta con pasar el rato en compañía de Roger-Skeletor degustando unas cervezas añejas y enseñando algo de inglés a Jin (no suponía Sun aquella mañana que su marido encontraría tan pronto un profesor tan eficaz). Pero Hurley ha comprobado que su sola esperanza no es suficiente para poner en marcha este vehículo, aunque se resiste a creer que sea imposible: necesita hacerlo funcionar para comprobar que ha vencido a la persistente mala suerte que durante tanto tiempo le acompaña.

Un automóvil averiado simbolizó para Hurley desde pequeño la relación truncada con su padre. Iban a arreglarlo juntos y papá Reyes incluso incitó a Hugo a que desafiara la lógica y se atreviera a esperar lo imposible, a buscarse su propia suerte, intentando arrancarlo sin haber cambiado el carburador. Pero tras comunicar al muchacho esta curiosa enseñanza vital el padre abandona a su familia, dejando pendiente a su hijo la promesa de un viaje juntos al Cañón del Colorado, una vez reparado el coche. Diecisiete años después David Reyes vuelve a casa, por petición de la madre de Hurley que quiere que ayude a su hijo a superar la obsesión con los números malditos. Hurley está asustado porque lo que ocurre está totalmente fuera de control: ¿tenía que caer un meteorito precisamente en su nuevo establecimiento de pollo frito y precisamente cuando una periodista y su operario de cámara estaban dentro? Por muy increíble que esto pudiera parecer las consecuencias son terriblemente reales: Tricia Tanaka ha muerto y Hurley no sabe cómo hacer para evitar más muertes. Sólo se le ocurre renunciar al dinero ganado en la lotería, despedir a sus empleados y marcharse a Australia a seguir la pista que le dio Lenny sobre los extraños números (1.18). Su padre quiere impedirlo y trama una estratagema con una vidente, pero Hurley descubre el engaño y decide finalmente volar a Sydney, pues no puede aguantar más esta situación. Su reconciliación con su padre queda pendiente de nuevo, siendo esta vez Hurley el que se ausenta. El viejo Camaro seguirá esperando un carburador nuevo para poder viajar con padre e hijo al Gran Cañón.

Es quizás esa tarea pendiente con su padre, esa carencia paternal simbolizada en que no pudieron arreglar juntos el coche y disfrutar juntos de un viaje en él, lo que impulsa a Hurley a poner en marcha como sea el armatoste que ha descubierto en la selva. Ha vuelto a albergar la inocente esperanza que tenía de pequeño, que puja ahora por vencer la creciente desesperación producida por los números malditos. Necesita completar con éxito esta tarea que se ha propuesto y sentir que la suerte está de nuevo de su lado. Además, nuestro protagonista de hoy, con su habitual perspicacia para captar las necesidades anímicas de sus compañeros, cree que algo muy parecido necesita su amigo Charlie.

Ambos amigos se compinchan para desafíar a la ley de la gravedad, a la mecánica, a la muerte predestinada y al gafe de los números malditos, sentados al frente de la furgoneta que Jin y Sawyer empujan desde el borde de una empinadísima ladera (que no es el Gran Cañón, pero sí lo más parecido que encontraron a mano en la isla). El vehículo empieza a rodar descontrolado ladera abajo aproximándose peligrosamente a las enormes rocas que pueblan el fondo del valle. Ambos han puesto su vida en una especie de ruleta de la muerte: si el motor se puede arrancar en marcha podrán controlar el vehículo y salir victoriosos de esta aventura, pero si está dañado sin posibilidad de volver a funcionar de nuevo probablemente serán víctimas de algún violento choque o vuelco de consecuencias imprevisibles. La osada apuesta con el destino se resuelve a favor de nuestros amigos y los cuatro compañeros disfrutan finalmente de un paseo motorizado por el valle al ritmo de la alegre y despreocupada canción “Shambala” (de Three Dog Night) que empezó a sonar en el aparato de música de la furgoneta cuando ésta se puso en marcha. De esta forma la influencia de papá Reyes, su consejo de que en este mundo cada uno debe buscar su propia suerte, consigue finalmente ayudar a Hurley a superar la obsesión sobre la maldición, como el buen hombre se propuso al volver con su hijo millonario después de tan largos años.

Al anochecer, Hurley se queda un rato más disfrutando de su nuevo juguete aun cuando Jin, Charlie y Sawyer vuelven al campamento regocijados y con ganas de compartir las aventuras del día con sus medias naranjas. Pero mientras que Jin se acerca cariñoso a Sun y Charlie a Claire, Sawyer –tras buscar con su mirada infructuosamente a la pecosa– debe conformarse con la compañía de su recién adquirida cerveza.

Kate había intentado aclarar su situación con James, pidiéndole que se disculpara por sus ofensivas palabras tras marcharse Karl (3.9), pero no parece que el rebelde sureño tuviera ganas de hablar del asunto, por lo que la joven, resignada, llega al campamento sin saber muy bien a qué atenerse con respecto a su relación con él. Lo que sí tiene claro es que va a partir en seguida en busca de Jack, pero al ver que nadie había organizado la búsqueda de ellos tres cuando estaban cautivos, desiste de pedir ayuda a la gente de su campamento, emprendiendo sola su expedición de rescate. Ha contestado solícita las preguntas de Sayid y Locke, pero no cuenta con ellos, ni con Sawyer, pues tiene muy claro lo que él piensa al respecto. Ni siquiera le busca para despedirse, pero ya sabemos que a Kate no le gustan las despedidas (1.23). La audaz exploradora sólo quiere la ayuda cualificada y motivada de alguien en una situación similar a ella: ¿estará Danielle Rousseau dispuesta a acompañar a Kate en el rescate de Jack por la posibilidad de recuperar a su hija Álex?


Pistas para adentrarnos en los entresijos de estos temas:

- Uno de los símbolos más interesantes de este episodio, precisamente por su extrema ambivalencia, es el brazo muerto de Roger portando la esperanza de una llave liberadora. Representa cierto tipo de regalos que a veces ofrece la vida envueltos en una apariencia que produce rechazo. Algo similar sería la bofetada que Hurley da a Charlie: un acto en apariencia hostil pero realizado con la intención positiva de ayudar (quizás Hugo recordaba la bofetada que su madre le propinó para que dejara de hablar de la mala suerte en términos de maldición). La furgoneta corroída es otro ejemplo de objeto en apariencia inútil y repulsivo, pero que sin embargo se convierte en instrumento de esperanza y de diversión para los ‘perdidos’. Se nos ha presentado a Hurley como el experto en captar este tipo de paradojas, el personaje que mejor ha desarrollado ese instinto que no se deja engañar por las apariencias. Probablemente le ayuda en esto la experiencia contraria: algo tan maravillosos como que le tocara la lotería resultó ser una terrible desgracia para una gran cantidad de gente que le rodeaba. Otro personaje nos recuerda este mismo principio de que las cosas no son siempre como en principio parecen ser: David Reyes vuelve con su familia, tras haberles abandonado 17 años antes, porque le atraen los millones ganados en la lotería por su hijo. Pero una vez que vuelve a convivir con ellos, el dinero deja de importarle y llega a preocuparle sobre todo el bienestar de Hurley, ofreciéndole su cariño y apoyo y esforzándose por recuperar la estrecha relación paterno-filial que tenían cuando su hijo era un niño.

Todos estos eventos nos recuerdan que las cosas de apariencia funesta pueden albergar un misterioso regalo en su interior, pero también las personas que parecen hacernos daño pueden estar haciéndonos un favor, o incluso quien en principio está obrando de forma meramente interesada puede dejarse vencer por sus buenos sentimientos y empezar a comportarse solidaria y compasivamente con quien lo está pasando mal. En consonancia con esto se ofrece también en este episodio dos veces la oportunidad de olvidar las ofensas del pasado en una relación (limpiar la pizarra como Kate sugiere a Sawyer) para empezar de nuevo (como le pide David a Hurley). Sirva esta reflexión como invitación a mirar más allá de la primera impresión que nos producen las cosas y las personas y a aprender a leer en ellas el posible potencial positivo que en sí albergan.

- El tema central de este episodio es, sin embargo, la importancia de mantener viva la esperanza. De hecho es uno de los temas centrales de la serie, que se aborda esta vez desde una nueva perspectiva. Por un lado, representando el extremo pesimista, Sawyer pasa de todo tipo de esperanza, que en su opinión no es posible en esta isla. Por otro lado tenemos a Charlie reflexionando sobre la espada de Damocles que cuelga sobre su cabeza; este personaje está muy confuso y no sabe bien si desesperar o atreverse a esperar. Hurley, por su parte, aunque acosado por continuas desgracias, reaviva su natural optimismo recordando la consigna de su padre de que la propia actitud también cuenta. La esperanza no es algo que meramente le sea a uno dada o quitada desde las circunstancias externas, sino que es posible esperar contra toda esperanza, es decir, aún cuando parezca que es totalmente ilógico esperar. Hugo cree, acertadamente, que esta es una actitud que se debe entrenar y pone por ello toda su cabeza y su corazón en conseguir un objetivo en apariencia irrelevante.

Aprendemos también que no se trata de creer en que algo va a ocurrir y esperar a que se realice solo: nuestro amigo no consigue arrancar la furgoneta, por mucho que lo deseara, sólo accionando la llave del contacto (aunque intentar arrancarla era claramente el primer paso). Lo que pasa es que cuando crees que algo es importante y que puede llegar a ocurrir, dedicas el tiempo suficiente a esforzarte por contribuir a que sea posible, facilitando mucho de este modo que realmente suceda (piensa en lo que haces cuando verdaderamente crees que es posible aprobar un examen, promover un cambio social, sanar una relación que está dañada, etc.) A fuerza de darle vueltas (e incluso rezar por ello) a Hurley le viene la idea de cómo hacer para arrancar esta aparente chatarra. Pero tener una idea no lo es todo, para que funcione debes ponerla en práctica asumiendo ciertos peligros si es necesario. Y aquí está el quid de la cuestión: la verdadera esperanza se muestra cuando al actuar de acuerdo a ella uno asume un riesgo importante. No asume el riesgo el que cree que no va a salir bien (uno no apuesta a la lotería si no cree que puede ganar), de modo que la medida de lo que pones en juego es la medida de lo vigorosa que es tu esperanza.

Pero Hurley y Charlie están poniendo en peligro sus vidas por un objetivo absolutamente desproporcionado: hacer que funcione una vieja furgoneta. Debemos tener en cuenta aquí la desesperación angustiosa de la que proceden y el elemento de compañerismo solidario. Lo que ellos quieren creer, aquello en lo que desean tener esperanza, no es sólo en que un motor oxidado arranque, sino en que sus vidas tienen sentido, que no van a acabar en un mero accidente o a conducir a una cadena interminable de desgracias, sino que su profunda amistad y sus ganas de vivir tienen un sentido más allá de la mera casualidad (sea accidental o misteriosamente intencionada) de lo que ocurre en la isla. Poder demostrarse a sí mismos que es posible esta esperanza es aquello por lo que les merece la pena arriesgar sus vidas, poder superar la desesperación propia y la de su mejor amigo es lo que impulsa a Charlie y a Hurley a compartir juntos esta locura (curiosa paradoja la de que un desesperado puede ser capaz de arriesgar más que el que tiene una gran esperanza).

- En resonancia con este tema la serie ha tratado una y otra vez la esperanza de Locke en que la isla logre dar un sentido especial a su hasta ahora penosa vida y cómo no ha dudado en arriesgar su vida e incluso la de algunos de sus compañeros (1.19, 1.25, 2.1, 2.17, 2.22, 2.23) por hacer posible este ideal, en una esperanza sospechosa de poder estar bastante desviada o manipulada. Por otro lado el bueno de Jack se nos ha presentado como un doctor capaz hasta de dejarse la vida en su empeño por curar como sea a cada paciente que cae en sus manos, animado por una esperanza a veces aparentemente ilógica (1.3, 1.11, 1.20, 2.11). Y a veces se nos ha presentado esta cuestión como un defecto de Jack: su incapacidad para aceptar que ocurran cosas desagradables que están fuera de su control. Nuevamente nos encontramos con la típica ambigüedad de los temas lostianos: la imprescindible esperanza llevada a un extremo patológico puede resultar insana. El caso de Hurley y Charlie está en el límite de la locura, impulsado como decíamos, por una cierta desesperación. Probablemente hubiera sido más sensato pararles los pies y no dejarles lanzarse así al vacío (Sawyer y Jin lo intentan, pero curiosamente ellos mismos se contagian del entusiasmo de Hurley y acaban empujando a sus amigos a una posible muerte). Hugo ya había estado una vez a punto de creer que su salvación consistía en tirarse por un barranco (2.18). Aquella propuesta aparece ahora reformulada de una manera más asequible: nuestros amigos necesitan creer o morir –victoria o muerte– , por eso deciden hacer una prueba máxima de fe, de confianza en la suerte, en la vida o en Dios (puesto que ambos son en algún modo creyentes). Este ejemplo tan límite se gana nuestro respeto porque al resultar victorioso les supone una verdadera liberación a todos los implicados, pero no deja de ser un caso extremo en el que tentar a la suerte (o tentar a Dios) se convierte en un juego altamente peligroso y totalmente desaconsejable.

Amparo

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