domingo, 16 de diciembre de 2007

3.10. Tricia Tanaka ha muerto

Hurley echa de menos a Libby. Ante su tumba, relata a su amiga muerta las últimas novedades: que los Otros se llevaron a Jack, Kate, y Sawyer –liberándole a él para que advirtiera a los demás de que no se acerquen nunca por el Otro lado de la isla (2.24)– y que hace un par de días Eko ha muerto a manos del monstruo (3.5). Debido a estos acontecimientos están todos muy asustados, pero Hugo Reyes confiesa a su chica que él siempre lo ha estado en la isla, excepto en su compañía...

Por si todo esto fuera poco, su amigo Charlie se está comportando de una forma muy rara desde la noche en la que Desmond se sinceró con él (3.8). El joven rockero está pasando por una grave crisis existencial, ya que en las visiones de futuro del escocés aparece muriendo una y otra vez, y es claro que no siempre será posible evitarlo. Al oir sobre estos extraños presagios Hurley vuelve a sentir el peso de la maldición que le persiguió tras ganar la lotería: pues no sólo ha sufrido junto a los demás el horrible accidente de avión, los misteriosos peligros de la isla y la muerte de su amiga más especial, sino que ya antes fue testigo de una extraordinaria cantidad de accidentes ocurridos en su entorno (1.18). La horrible sensación de ser un gafe para las personas más cercanas vuelve a embargarle. Sin embargo este día, tras hablar con Libby, tiene tendencia a interpretar que es posible un cambio de suerte, que las cosas van a empezar a salir bien. Dos acontecimientos van a interpelarle especialmente en este sentido: la visita del perro Vincent con su extraño hallazgo y la vuelta de Sawyer y Kate, liberados por fin de su cautividad entre los Otros.

Vincent llega corriendo de la selva llevando entre los dientes un brazo momificado del que cuelga un llavero de la suerte (por la pata de conejo) con una llave. Curioso trofeo, pues por una parte inspira aversión y miedo (Charlie no se encuentra con ánimos para ponerse a buscar esqueletos mancos) y por otra puede despertar un esperanzado interés en investigar qué es lo que podría abrirse con esa llave. Hurley se lanza en persecución del perro, decidido a atreverse a esperar ese cambio de suerte que tanto anhela y dispuesto a actuar para hacer que sea posible, ya que –como le solía decir su padre– la buena suerte se la busca uno... Poco después encuentra al dueño del brazo momificado (el esqueleto del operario Roger) y el objeto al que corresponden las llaves: una furgoneta Dharma medio enterrada en la maleza. Con la ayuda de Jin se empeña en reparar el oxidado vehículo para hacerlo funcionar: porque le gustan los automóviles y cree que esto puede ayudarles a pasar un buen rato en vez de tanto preocuparse por los Otros y por el monstruo, pero también porque para él sería un signo de que la buena suerte por fin se ha puesto de su lado. Cuando al cabo de un rato de inspecciones y debates en inglés-coreano ve llegar a Sawyer, vivito y coleando –y, como es típico en él, protestando por las cosas que le han quitado–, Hurley se siente feliz y totalmente seguro de que todo va a salir bien. La densa niebla que desde aquel día en el muelle ahogaba su corazón, por la desazón de haber tenido que irse dejando a sus amigos cautivos, se levanta al ver de vuelta a uno de los entonces secuestrados. Además se entera de que Kate también está libre, por lo que sólo falta Jack, pero nuestro amigo Hugo, totalmente optimista ante las buenas nuevas, prefiere ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío y se atreve a proclamar que Jack sin duda también se pondrá a salvo.

Sawyer, que había ido en busca de Hurley en actitud beligerante, se sorprende de la enorme alegría del muchacho al verle de nuevo y decide quedarse con él y con Jin para poner en pie la furgoneta y explorar el prometedor contenido de su maletero. Tras el requerido esfuerzo físico se contenta con pasar el rato en compañía de Roger-Skeletor degustando unas cervezas añejas y enseñando algo de inglés a Jin (no suponía Sun aquella mañana que su marido encontraría tan pronto un profesor tan eficaz). Pero Hurley ha comprobado que su sola esperanza no es suficiente para poner en marcha este vehículo, aunque se resiste a creer que sea imposible: necesita hacerlo funcionar para comprobar que ha vencido a la persistente mala suerte que durante tanto tiempo le acompaña.

Un automóvil averiado simbolizó para Hurley desde pequeño la relación truncada con su padre. Iban a arreglarlo juntos y papá Reyes incluso incitó a Hugo a que desafiara la lógica y se atreviera a esperar lo imposible, a buscarse su propia suerte, intentando arrancarlo sin haber cambiado el carburador. Pero tras comunicar al muchacho esta curiosa enseñanza vital el padre abandona a su familia, dejando pendiente a su hijo la promesa de un viaje juntos al Cañón del Colorado, una vez reparado el coche. Diecisiete años después David Reyes vuelve a casa, por petición de la madre de Hurley que quiere que ayude a su hijo a superar la obsesión con los números malditos. Hurley está asustado porque lo que ocurre está totalmente fuera de control: ¿tenía que caer un meteorito precisamente en su nuevo establecimiento de pollo frito y precisamente cuando una periodista y su operario de cámara estaban dentro? Por muy increíble que esto pudiera parecer las consecuencias son terriblemente reales: Tricia Tanaka ha muerto y Hurley no sabe cómo hacer para evitar más muertes. Sólo se le ocurre renunciar al dinero ganado en la lotería, despedir a sus empleados y marcharse a Australia a seguir la pista que le dio Lenny sobre los extraños números (1.18). Su padre quiere impedirlo y trama una estratagema con una vidente, pero Hurley descubre el engaño y decide finalmente volar a Sydney, pues no puede aguantar más esta situación. Su reconciliación con su padre queda pendiente de nuevo, siendo esta vez Hurley el que se ausenta. El viejo Camaro seguirá esperando un carburador nuevo para poder viajar con padre e hijo al Gran Cañón.

Es quizás esa tarea pendiente con su padre, esa carencia paternal simbolizada en que no pudieron arreglar juntos el coche y disfrutar juntos de un viaje en él, lo que impulsa a Hurley a poner en marcha como sea el armatoste que ha descubierto en la selva. Ha vuelto a albergar la inocente esperanza que tenía de pequeño, que puja ahora por vencer la creciente desesperación producida por los números malditos. Necesita completar con éxito esta tarea que se ha propuesto y sentir que la suerte está de nuevo de su lado. Además, nuestro protagonista de hoy, con su habitual perspicacia para captar las necesidades anímicas de sus compañeros, cree que algo muy parecido necesita su amigo Charlie.

Ambos amigos se compinchan para desafíar a la ley de la gravedad, a la mecánica, a la muerte predestinada y al gafe de los números malditos, sentados al frente de la furgoneta que Jin y Sawyer empujan desde el borde de una empinadísima ladera (que no es el Gran Cañón, pero sí lo más parecido que encontraron a mano en la isla). El vehículo empieza a rodar descontrolado ladera abajo aproximándose peligrosamente a las enormes rocas que pueblan el fondo del valle. Ambos han puesto su vida en una especie de ruleta de la muerte: si el motor se puede arrancar en marcha podrán controlar el vehículo y salir victoriosos de esta aventura, pero si está dañado sin posibilidad de volver a funcionar de nuevo probablemente serán víctimas de algún violento choque o vuelco de consecuencias imprevisibles. La osada apuesta con el destino se resuelve a favor de nuestros amigos y los cuatro compañeros disfrutan finalmente de un paseo motorizado por el valle al ritmo de la alegre y despreocupada canción “Shambala” (de Three Dog Night) que empezó a sonar en el aparato de música de la furgoneta cuando ésta se puso en marcha. De esta forma la influencia de papá Reyes, su consejo de que en este mundo cada uno debe buscar su propia suerte, consigue finalmente ayudar a Hurley a superar la obsesión sobre la maldición, como el buen hombre se propuso al volver con su hijo millonario después de tan largos años.

Al anochecer, Hurley se queda un rato más disfrutando de su nuevo juguete aun cuando Jin, Charlie y Sawyer vuelven al campamento regocijados y con ganas de compartir las aventuras del día con sus medias naranjas. Pero mientras que Jin se acerca cariñoso a Sun y Charlie a Claire, Sawyer –tras buscar con su mirada infructuosamente a la pecosa– debe conformarse con la compañía de su recién adquirida cerveza.

Kate había intentado aclarar su situación con James, pidiéndole que se disculpara por sus ofensivas palabras tras marcharse Karl (3.9), pero no parece que el rebelde sureño tuviera ganas de hablar del asunto, por lo que la joven, resignada, llega al campamento sin saber muy bien a qué atenerse con respecto a su relación con él. Lo que sí tiene claro es que va a partir en seguida en busca de Jack, pero al ver que nadie había organizado la búsqueda de ellos tres cuando estaban cautivos, desiste de pedir ayuda a la gente de su campamento, emprendiendo sola su expedición de rescate. Ha contestado solícita las preguntas de Sayid y Locke, pero no cuenta con ellos, ni con Sawyer, pues tiene muy claro lo que él piensa al respecto. Ni siquiera le busca para despedirse, pero ya sabemos que a Kate no le gustan las despedidas (1.23). La audaz exploradora sólo quiere la ayuda cualificada y motivada de alguien en una situación similar a ella: ¿estará Danielle Rousseau dispuesta a acompañar a Kate en el rescate de Jack por la posibilidad de recuperar a su hija Álex?


Pistas para adentrarnos en los entresijos de estos temas:

- Uno de los símbolos más interesantes de este episodio, precisamente por su extrema ambivalencia, es el brazo muerto de Roger portando la esperanza de una llave liberadora. Representa cierto tipo de regalos que a veces ofrece la vida envueltos en una apariencia que produce rechazo. Algo similar sería la bofetada que Hurley da a Charlie: un acto en apariencia hostil pero realizado con la intención positiva de ayudar (quizás Hugo recordaba la bofetada que su madre le propinó para que dejara de hablar de la mala suerte en términos de maldición). La furgoneta corroída es otro ejemplo de objeto en apariencia inútil y repulsivo, pero que sin embargo se convierte en instrumento de esperanza y de diversión para los ‘perdidos’. Se nos ha presentado a Hurley como el experto en captar este tipo de paradojas, el personaje que mejor ha desarrollado ese instinto que no se deja engañar por las apariencias. Probablemente le ayuda en esto la experiencia contraria: algo tan maravillosos como que le tocara la lotería resultó ser una terrible desgracia para una gran cantidad de gente que le rodeaba. Otro personaje nos recuerda este mismo principio de que las cosas no son siempre como en principio parecen ser: David Reyes vuelve con su familia, tras haberles abandonado 17 años antes, porque le atraen los millones ganados en la lotería por su hijo. Pero una vez que vuelve a convivir con ellos, el dinero deja de importarle y llega a preocuparle sobre todo el bienestar de Hurley, ofreciéndole su cariño y apoyo y esforzándose por recuperar la estrecha relación paterno-filial que tenían cuando su hijo era un niño.

Todos estos eventos nos recuerdan que las cosas de apariencia funesta pueden albergar un misterioso regalo en su interior, pero también las personas que parecen hacernos daño pueden estar haciéndonos un favor, o incluso quien en principio está obrando de forma meramente interesada puede dejarse vencer por sus buenos sentimientos y empezar a comportarse solidaria y compasivamente con quien lo está pasando mal. En consonancia con esto se ofrece también en este episodio dos veces la oportunidad de olvidar las ofensas del pasado en una relación (limpiar la pizarra como Kate sugiere a Sawyer) para empezar de nuevo (como le pide David a Hurley). Sirva esta reflexión como invitación a mirar más allá de la primera impresión que nos producen las cosas y las personas y a aprender a leer en ellas el posible potencial positivo que en sí albergan.

- El tema central de este episodio es, sin embargo, la importancia de mantener viva la esperanza. De hecho es uno de los temas centrales de la serie, que se aborda esta vez desde una nueva perspectiva. Por un lado, representando el extremo pesimista, Sawyer pasa de todo tipo de esperanza, que en su opinión no es posible en esta isla. Por otro lado tenemos a Charlie reflexionando sobre la espada de Damocles que cuelga sobre su cabeza; este personaje está muy confuso y no sabe bien si desesperar o atreverse a esperar. Hurley, por su parte, aunque acosado por continuas desgracias, reaviva su natural optimismo recordando la consigna de su padre de que la propia actitud también cuenta. La esperanza no es algo que meramente le sea a uno dada o quitada desde las circunstancias externas, sino que es posible esperar contra toda esperanza, es decir, aún cuando parezca que es totalmente ilógico esperar. Hugo cree, acertadamente, que esta es una actitud que se debe entrenar y pone por ello toda su cabeza y su corazón en conseguir un objetivo en apariencia irrelevante.

Aprendemos también que no se trata de creer en que algo va a ocurrir y esperar a que se realice solo: nuestro amigo no consigue arrancar la furgoneta, por mucho que lo deseara, sólo accionando la llave del contacto (aunque intentar arrancarla era claramente el primer paso). Lo que pasa es que cuando crees que algo es importante y que puede llegar a ocurrir, dedicas el tiempo suficiente a esforzarte por contribuir a que sea posible, facilitando mucho de este modo que realmente suceda (piensa en lo que haces cuando verdaderamente crees que es posible aprobar un examen, promover un cambio social, sanar una relación que está dañada, etc.) A fuerza de darle vueltas (e incluso rezar por ello) a Hurley le viene la idea de cómo hacer para arrancar esta aparente chatarra. Pero tener una idea no lo es todo, para que funcione debes ponerla en práctica asumiendo ciertos peligros si es necesario. Y aquí está el quid de la cuestión: la verdadera esperanza se muestra cuando al actuar de acuerdo a ella uno asume un riesgo importante. No asume el riesgo el que cree que no va a salir bien (uno no apuesta a la lotería si no cree que puede ganar), de modo que la medida de lo que pones en juego es la medida de lo vigorosa que es tu esperanza.

Pero Hurley y Charlie están poniendo en peligro sus vidas por un objetivo absolutamente desproporcionado: hacer que funcione una vieja furgoneta. Debemos tener en cuenta aquí la desesperación angustiosa de la que proceden y el elemento de compañerismo solidario. Lo que ellos quieren creer, aquello en lo que desean tener esperanza, no es sólo en que un motor oxidado arranque, sino en que sus vidas tienen sentido, que no van a acabar en un mero accidente o a conducir a una cadena interminable de desgracias, sino que su profunda amistad y sus ganas de vivir tienen un sentido más allá de la mera casualidad (sea accidental o misteriosamente intencionada) de lo que ocurre en la isla. Poder demostrarse a sí mismos que es posible esta esperanza es aquello por lo que les merece la pena arriesgar sus vidas, poder superar la desesperación propia y la de su mejor amigo es lo que impulsa a Charlie y a Hurley a compartir juntos esta locura (curiosa paradoja la de que un desesperado puede ser capaz de arriesgar más que el que tiene una gran esperanza).

- En resonancia con este tema la serie ha tratado una y otra vez la esperanza de Locke en que la isla logre dar un sentido especial a su hasta ahora penosa vida y cómo no ha dudado en arriesgar su vida e incluso la de algunos de sus compañeros (1.19, 1.25, 2.1, 2.17, 2.22, 2.23) por hacer posible este ideal, en una esperanza sospechosa de poder estar bastante desviada o manipulada. Por otro lado el bueno de Jack se nos ha presentado como un doctor capaz hasta de dejarse la vida en su empeño por curar como sea a cada paciente que cae en sus manos, animado por una esperanza a veces aparentemente ilógica (1.3, 1.11, 1.20, 2.11). Y a veces se nos ha presentado esta cuestión como un defecto de Jack: su incapacidad para aceptar que ocurran cosas desagradables que están fuera de su control. Nuevamente nos encontramos con la típica ambigüedad de los temas lostianos: la imprescindible esperanza llevada a un extremo patológico puede resultar insana. El caso de Hurley y Charlie está en el límite de la locura, impulsado como decíamos, por una cierta desesperación. Probablemente hubiera sido más sensato pararles los pies y no dejarles lanzarse así al vacío (Sawyer y Jin lo intentan, pero curiosamente ellos mismos se contagian del entusiasmo de Hurley y acaban empujando a sus amigos a una posible muerte). Hugo ya había estado una vez a punto de creer que su salvación consistía en tirarse por un barranco (2.18). Aquella propuesta aparece ahora reformulada de una manera más asequible: nuestros amigos necesitan creer o morir –victoria o muerte– , por eso deciden hacer una prueba máxima de fe, de confianza en la suerte, en la vida o en Dios (puesto que ambos son en algún modo creyentes). Este ejemplo tan límite se gana nuestro respeto porque al resultar victorioso les supone una verdadera liberación a todos los implicados, pero no deja de ser un caso extremo en el que tentar a la suerte (o tentar a Dios) se convierte en un juego altamente peligroso y totalmente desaconsejable.

Amparo

sábado, 8 de diciembre de 2007

3.9. Extraño en tierra extraña

Jack se ha quedado solo. Sawyer y Kate han escapado por fin y, muy a pesar de la pecosa, han decidido no intentar volver en busca del buen amigo que ha facilitado su huída (siguiendo sus propias instrucciones). Éste ha quedado prisionero entre los Otros y debido a su reciente amenaza de muerte hacia Ben no sabe si debe esperar una ejecución inminente o que Ben cumpla su promesa de dejarle volver a América. Pronto va a descubrir que en una situación similar, o incluso peor, se encuentra otra persona con quien va a tender a solidarizarse: la Otra que hasta ahora fue su carcelera, Juliet.

Resulta que la autora de los mortales disparos recibidos por Danny Pickett (3.7) va a ser juzgada, según las estrictas leyes de los Otros, por la comisaria Isabel, quien también está investigando de paso la presunta conspiración de Juliet contra la vida de Benjamin Linus. El doctor es trasladado a la jaula que antes ocupaba Sawyer, mientras que la doctora es encerrada en la celda subacuática. Jack cuenta ahora con una nueva compañera de cautiverio, pero su baza para negociar sigue siendo la situación médica de Ben, esta vez por una grave infección en los puntos de su reciente intervención quirúrgica.

También Álex está de vuelta en la estación Hydra tras dejar que Karl se fuera en la canoa con Kate y Sawyer (3.7). La joven, que prefería haberse ido con ellos pero no lo hizo por recomendación de Juliet, está confusa con respecto a su pertenencia a esta gente, especialmente en lo que se refiere a la relación con su padre Ben. En principio le odia, incluso le desea la muerte, por todo lo que le ha hecho a Karl (véase la escena eliminada “Alex & Daddy” en el DVD de contenidos extra de la 3ª temporada) y no puede entender cómo Jack, después de todo lo que Ben les ha hecho a él y a sus amigos, pudo aún extirparle el tumor para salvarle la vida. Le interesa saber por qué un extraño puede superar así el odio, hasta llegar a curar a su enemigo, mientras que ella no puede perdonar a su propio padre. Por eso acude intrigada a la ex-jaula de osos a preguntar al prisionero, pero éste aprovecha su visita para averiguar qué es lo que pasa con Juliet y al saber que ésta va a ser condenada a muerte convence a la rebelde joven para que le deje salir y le acompañe a donde está Ben. Quiere proponer un nuevo acuerdo al postrado jefe de los Otros: curará su infección a cambio de que perdone la sentencia de la condenada (de la conversación se deduce que la promesa de enviarle a casa sigue en pie). Tras observar cómo Jack está dispuesto a curar de nuevo a su paciente, para de paso salvar a Juliet (sus dos carceleros), Álex colabora en el rescate de la vida de la doctora y, a la vez, en la de su padre, dando así un pequeño paso en dirección a una posible reconciliación con él, aunque de momento mantiene las distancias (como vemos en la sala de operaciones).

Jack está tratando de entender cómo funciona esta comunidad en la que se encuentra atrapado y se ha comprometido a actuar como médico de Ben hasta su curación completa (aunque le advierte que podría quedar paralítico). Está empezando a caminar entre ellos aun sin ser uno de ellos, acordemente a la escritura china tatuada en su hombro izquierdo (lo que ‘dice’, no lo que ‘significa’). El tatuaje del doctor es subrayado visualmente en varias escenas del episodio, pero además se nos informa sobre su origen en un flashback dedicado al tiempo que pasó nuestro protagonista en Thailandia, de forma que podamos conocer el sutil y profundo ‘significado’ de estos caracteres chinos.

Encontramos al atribulado doctor, enormemente confuso tras la separación de su esposa y por la culpabilidad que le ha atenazado en relación a la recaída de su padre en el alcoholismo (3.1), en el exótico país asiático al que ha viajado solo para encontrarse de nuevo a sí mismo. Allí topa con una persona, Achara, que tiene el extraordinario don de reconocer lo que las personas realmente son (don muy valorado entre los suyos, para quienes se encuentra sometido a unas ciertas reglas que entre otras cosas excluyen a los extranjeros el acceso al mismo). Jack insiste en saber lo que Achara ve en él, pues en su estado de confusión interior es algo que le intriga en sumo grado. La bella oriental le define como un líder, un gran hombre, pero que tiende a sentirse solo, asustado y furioso precisamente a causa de este rasgo de su identidad. No nos interesa en esta ocasión la influencia de papá Shephard en el carácter de Jack: el joven médico deberá aceptar su propio don tal como es junto con los efectos que produce en él, sean cuales sean las causas que le han hecho ser así. Y precisamente ha decidido que quiere saber esto y que le sea tatuado en el hombro, a pesar de las consecuencias punitivas de esta decisión (una enorme paliza por parte del hermano de Achara y otros familiares o compañeros), pues ha aprendido que toda acción conlleva consecuencias. Tanto en el ejercicio de su profesión como en la isla ha tenido que tomar graves decisiones, a veces muy difíciles, para resolver situaciones críticas; su carácter de líder le impulsa a ello, pero la presión de las circunstancias y las reacciones de los demás suelen dejarle confuso y enfadado (y en esta ocasión además apaleado).

Durante su cautiverio Jack sigue tomando decisiones con serias consecuencias, desarrollando ese papel de hombre generoso y decidido que tanto ha interpelado a Álex. Pero el ‘caminar con un grupo de gente sin llegar a ser uno de ellos’ no le aplica sólo como ex-prisionero que se ha incorporado en cierto modo a las filas de los Otros (como parece interpretar Isabel), sino que Jack sabe –y se lo ha hecho grabar en su piel para siempre– que su destino como líder y gran hombre conlleva en sí la imposibilidad de ser uno más en la sociedad, le va a suponer siempre una cierta soledad que le genera miedo e ira. La situación en la que se encuentra ahora no deja de ser una intensa metáfora de lo que suele ocurrirle en la vida: una y otra vez pone todo su esfuerzo en salvar a los demás para después observar cómo éstos le abandonan dejándole atrapado en su propia necesidad de seguir ayudando a resolver los problemas de la gente. Pero en el fondo sabe que ha hecho bien en liberar a sus amigos cautivos y que es mejor para todos, también para él, aceptar que nunca volverán a rescatarle. Ahora está solo en compañía de esta extraña gente. Se cabrea ocasionalmente por el trato que le dan (especialmente al ser observado por una multitud en una jaula como si fuera un animal) pero de nuevo sabe canalizar su miedo y su ira cuando es necesario para hacer lo que cree que debe hacer: cuidar como médico al que necesita de sus cuidados y salvar la vida a la persona que se ha puesto en peligro por liberar a Sawyer y a Kate.

Álex mantiene también su especial forma de ser en medio de esta sociedad suya que no acaba de entender, seguirá manifestando su opinión y actuando en contra de lo establecido cuando le parezca necesario (2.15, 3.6, 3.7), aun sin dejar de forma parte de ellos. Pero la sabiduría indicada en el tatuaje de Jack nos ayuda especialmente a entender lo que le está pasando a Juliet. Ella está en trance de ser expulsada de su propia comunidad de la forma más drástica: condenada a muerte. Ben le dice a Jack que la doctora es “uno de los nuestros”, pero las leyes de los Otros están siendo aplicadas para extirparla del grupo. Por el acuerdo que le ofrece Jack (y suponemos que recordando su palabra dada a Juliet de que la permitiría volver a Miami, 3.7) Ben conmuta la pena por una ‘marca’ especial que deberá serle infligida a la acusada. No sabemos qué significa exactamente el símbolo que recibe Juliet en su espalda, pero en cualquier caso la convierte en una persona ‘marcada’, es decir, alguien que ya no no será una más entre las personas con las que vive y camina.

Juliet ha decidido matar a su compañero Pickett para cumplir las exigencias requeridas por Jack, como forma de obtener de Ben la anhelada vuelta a casa. Esta decisión le ha llevado a quedar marcada como alguien que no es del todo de fiar. No creo que nuestro cirujano se haga ilusiones de que su ex-carcelera se haya arriesgado por afinidad con él, pero opta por mostrarse agradecido de todas formas. Interviene para salvar su vida, le ayuda a curar la cicatriz de su marca en la espalda y le ofrece su solidaridad y su compañía, ya que reconoce que la situación de ambos es muy similar. Fueran las que fueran las intenciones de Juliet, se encuentra de pronto con una persona que generosamente se pone de su lado, en un lugar que en el fondo es extraño para ambos. La actitud de su ex-prisionero quizás podría abrir un resquicio de real solidaridad (y quizás de algo más) en el corazón de la solitaria y endurecida investigadora. Jack probablemente considera que la ayuda prestada por ella a sus amigos compensa con creces las mentiras y manipulaciones ejercidas contra él cuando estaba al otro lado del cristal. Prefiere recordar los detalles positivos: después de todo Juliet le tostaba los sandwiches y les ponía palillos, llegando a hacer una sopa especialmente para él (3.1 y 3.2).

En diversos sentidos Jack, Juliet y Álex son extraños entre la gente del grupo de los Otros, donde se han quedado y donde los tres preferirían no estar, y congraciados cada uno como puede con la idea inician ahora la marcha en barco hacia el corazón de la isla principal, donde esta extraña sociedad tiene su ‘hogar’. Juliet y Jack se consuelan en cierto modo, con su compañía mutua, de la desagradable situación en la que se encuentran, pero Álex solo puede pensar en Karl, uno de los otros tres ‘extraños en tierra extraña’ que consiguieron escapar.

Karl se encuentra en su propia tierra, en la isla en la que ha crecido, pero desterrado y en compañía de unos desconocidos que han colaborado a su rescate. Aturdido por su reciente experiencia con el video de la habitación 23 contesta como puede las (escasas) preguntas que le dirigen Sawyer y Kate, pero finalmente se retira a la soledad de la selva para llorar, porque lamenta la forzada separación de la muchacha con quien de niño ponía nombre a las estrellas. Sin ella las noches se han vuelto oscuras y la esperanza de felicidad se ha perdido. Sorprendentemente, el normalmente solitario y huraño Sawyer es el que se siente invitado a hablar con el lloroso joven, para impartirle una perla de su sabiduría: de vez en cuando una chica merece la pena y uno debe intentar estar con ella aunque tenga que arriesgar la vida. Con eso le despide para que vuelva con los suyos (y parece que también le deja llevarse la canoa; Sawyer anda extrañamente desprendido últimamente).

Se ve que nuestro querido James ha aprendido algo muy valioso, que se ha prestado voluntariamente a compartir: la capacidad de arriesgar la vida por el amor de una mujer (algo que aún no supo hacer por Cassidy, 2.13, y contrario a su filosofía en el tiempo de su prisión, 3.4). Sin embargo, aunque dispuesto a morir por Kate si fuera necesario, no parece serle fácil convivir con ella. Sawyer sospecha que Kate no le ama realmente sino que se acostó con él en un momento de debilidad, debido a que parecía que le aguardaba una muerte inminente. Cree que la pecosa se siente más culpable por esto que por dejar atrás a Jack (del que la cree enamorada tras observar su emoción en las últimas conversaciones mantenidas entre ella y el doctor por el walkie-talkie). Kate se sorprende ante esta revelación de labios de su nuevo amante y quizás se cuestione hasta qué punto puede estar en lo cierto. Pero la joven tiene sus razones para estar enfadada con él, porque no la está haciendo ni caso ni está teniendo en cuenta su opinión desde que salieron de la pequeña isla de ‘Alcatraz’. Dando la vuelta a su propio argumento podríamos pensar que quizás Sawyer se comporta de un modo tan mandón porque él es el que se siente culpable: de dejar atrás al doctor y de haberle quitado la novia, pues en el fondo empezaba a apreciarle como un amigo (2.22). En otras ocasiones le hemos visto interactuar con Kate de igual a igual, teniendo en cuenta la opinión de ella e incluso dejándola liderar y decidir las acciones a tomar (1.16, 2.11, 2.23, 3.7). Kate se sorprende de que se haya vuelto tan machista de repente y además le dé una explicación tan extraña, aludiendo a un supuesto sentimiento de culpabilidad. Es probable que además de sentir culpabilidad Sawyer esté usando su mecanismo de defensa de intentar alejar a la persona que más quiere, por no saber muy bien cómo convivir con una pareja que le importa de verdad. Las muchas dudas que alberga (si ella le quiere realmente, si él será lo suficientemente bueno para ella, o lo que sea...) le empujan a hacer todo lo más inconveniente de modo que la relación se resienta. Kate no sabe de momento cómo lidiar con esta nueva situación pero parece disponerse a seguirle andando hasta el campamento de la playa, lamentando haber perdido dos bienes estratégicos con los que contaba para intentar más adelante rescatar a Jack: la canoa y la valiosa información que podría haberles dado Karl. Probablemente no es casualidad que Sawyer haya quitado de en medio precisamente estos dos elementos: para impedir que ella acometiera semejante misión. Los dos hombres que aman a Kate estarían de acuerdo por esta vez en una cosa: hacer todo lo posible porque la valiente muchacha esté a salvo y deje de meterse en situaciones peligrosas.



Pistas para adentrarnos en los entresijos de estos temas:

- Jack presenta una gran madurez moral en su comportamiento en la estación Hydra, sobre todo comparado con la etapa tan confusa que vivió en Thailandia. Allí obró en contra de los deseos de la muchacha con la que compartía sus noches y en contra de las costumbres del pueblo, no por una razón de fuerza mayor sino por satisfacer su propia curiosidad y quizás también su deseo de entenderse mejor a sí mismo. Las palabras chinas pudieron ser una pista valiosa para su búsqueda, pero sólo consiguió una enorme alienación en un país al que nunca podría pertenecer. En cambio, en la Hydra, aunque Jack pretende desentenderse de los problemas de Ben y Juliet no lo consigue. No puede dejar de interesarse por salvar a los que están en peligro, incluso aunque le hayan hecho daño previamente y sus palabras no sean claramente de fiar. Nuestro héroe optará por hacer el bien, aun sin esperar realistamente nada a cambio. Su ejemplo ayudará a la joven Álex a afianzarse en su maravillosa tozudez a la hora de evitar que su gente siga haciendo tanto daño, a sus ojos totalmente injustificado. Ella encuentra difícil pertenecer a una sociedad tan injusta, en su idealista mentalidad adolescente sólo se le ocurre rebelarse, deseando mal a los que ve hacer daño. Él se dedica a poner sus dones al servicio del nuevo grupo, pero con inteligencia, intentando conseguir con su acción un bien mayor y no seguirles el juego a estos expertos manipuladores. Sirvan ambos como modelos de resistencia activa ante una situación en la que uno se encuentra atrapado dentro de una sociedad viciada.

- También Cindy y los niños, junto a varios otros supervivientes de la cola del avión siniestrado, se supone que son extraños en tierra extraña, pero parecen estar integrados entre los Otros, proceso al que Cindy alude como algo ‘complicado’. Necesitaremos una explicación más detallada para entender esto. Supongo que Jack hubiera esperado de la azafata una solidaridad más clara. Algo así como “¿Qué haces en una jaula? Ahora mismo hablo con quien sea para aclarar este malentendido”. O algún guiño explicando que está fingiendo para que no la encierren a ella también. Pero ¿se puede saludar a un antiguo conocido que está entre rejas, sin aludir ni siquiera a ese hecho? Esta escena es la más extraña del episodio, la actitud de Cindy es completamente surrealista y llega a exasperar a Jack. Me pregunto cuántas veces tratamos a los demás de una forma superficial, sin querer ver la situación obvia en la que se encuentran. Así, igual que Cindy en su conversación no da importancia a los barrotes que encierran a Jack, a veces ignoramos forzadamente la enfermedad, el dolor o la situación especialmente comprometida o desesperada de las personas que nos rodean. Nos es más cómodo saludar amablemente y desentendernos de sus problemas.

Amparo

domingo, 25 de noviembre de 2007

3.8. Imágenes ante tus ojos

Desmond está viviendo una auténtica pesadilla que no sabe muy bien cómo interpretar. De vez en cuando ve como en una visión algo que va a pasar más tarde. Aparte de que esta circunstancia le resulte bastante desconcertante, supone una responsabilidad muy grande el conocer con antelación las inminentes desgracias ajenas, pues se siente obligado a hacer todo lo que esté en su mano por impedirlas. Pero corregir los errores del destino es una carga muy pesada para un mero mortal...

Ver el futuro en visiones no es sin embargo lo más extraño que le ha pasado a Desmond recientemente. Tras accionar la llave de seguridad del búnker vivió una experiencia rarísima. Se encontró de pronto de vuelta en Londres, en una fecha anterior (unos cuantos años antes), en su piso con su novia Penny. Parecía estar viviendo aquello de manera real, pero con recuerdos de todo lo que había pasado en el tiempo intermedio. No unos recuerdos claros, sino sólo en ráfagas: tanto del tiempo aquél, tal como ocurrió la primera vez, como de su etapa más reciente en la isla (recuerdos del velero, de Inman, de la estación Cisne y su ordenador, de Charlie...) El pobre escocés busca a su buen amigo Donovan, que es físico, para confiarle su experiencia, pero éste no puede creer que Desmond esté reviviendo su vida, como si hubiera viajado en el tiempo, por lo que la única ayuda que nuestro protagonista va a recibir para poder interpretar lo que le está ocurriendo es la de una extraña señora que parece saberlo todo sobre él y sobre el funcionamiento del mismísimo Universo.

Desmond no puede creer que la joyera a la que está comprando un anillo de compromiso para Penny hable de él como si supiera todo lo que va a hacer y dejar de hacer con su vida y por qué. Se rompe aquí uno de los principios más característicos de toda vida humana: el desconocimiento de lo que le va a pasar a uno en su futuro, pero sobre todo el desconocimiento que tienen los demás de lo que uno va a decidir hacer. De esta forma cada persona toma decisiones sobre su vida como mejor puede, haciéndose plenamente responsable de dichas decisiones. Que otra persona parezca conocer al dedillo tus decisiones futuras da un cierto sentido de irrealidad a la vida, como si fuera algo que responde a un guión ya escrito, te convierte en algo parecido a un mero personaje de ficción. De hecho, aparte de ser un recurso utilizado en el teatro, la novela o la filmografía más modernas, se trata de un rasgo muy típico de la tragedia clásica griega, en la que los héroes se encontraban a merced de un destino ya previamente seleccionado para ellos por parte de los dioses, y por más que lo intentaran terminaban siempre cumpliendo al pie de la letra el sino así fijado por los crueles inmortales.

La intrigante Ms. Hawking parece tener acceso a los secretos más recónditos del Universo, con la seguridad propia de alguien que conoce perfectamente cómo funciona el mismo. Es mucho más intrigante que un mero vidente, como el australiano señor Malkin que aconsejó a Claire que entregara su hijo en adopción a una pareja de Los Angeles. De hecho da pie a imaginar una conspiración maquiavélica que dominara a gran parte de la humanidad, o como alternativa, a constatar la existencia de una especie de “destino” universal, que cual guión cinematográfico tuviera perfectamente predeterminado el actuar de cada persona, como si de un gran teatro de marionetas se tratase. El transfondo de este episodio sería esa gran pregunta de la humanidad sobre hasta qué punto es posible la libertad individual, ya que nuestra experiencia habitual de libre albedrío se ve a veces contrastada con intuiciones en las que nos parece entrever como si una mano invisible concertara coincidencias y casualidades increíbles. El pobre Desmond se encuentra así arrojado en lo más nuclear del misterio de la experiencia humana, sin saber ya a qué atenerse en cuanto a su propia capacidad de reaccionar en libertad.

De hecho, los encuentros de Desmond con Donovan y Ms. Hawking recuerdan a otro episodio igualmente esotérico en el que Hurley se replantea lo que está viviendo en la isla con ayuda de Dave y Libby (2.18). El imaginario Dave trata de convencer a Hurley de que no ocurre lo que él cree que está ocurriendo, sino que nada de lo que experimenta en la isla existe en la realidad, siendo cada una de las coincidencias que descubre en su vida (el encontrar en la isla los números que repetía Leonard o el creer reconocer a Libby de antes) un montaje de su propia imaginación desbocada. Del mismo modo Donovan trata de convencer a Desmond de que se ha imaginado una isla donde tendrá una responsabilidad importante, como salvador del mundo, para compensar la humillación a la que le ha sometido Widmore. Finalmente tanto Libby como Ms. Hawking oyen de boca de Hugo y Des (respectivamente) que no son más que un invento de ellos, algo que su subconsciente ha forjado para convencerles de que dejen de hacer algo que muy en el fondo temen hacer (que Hugo no se tire por el barranco para despertar o que Desmond no se case con Penny), pero mientras que Libby protesta indignada, Ms. Hawking sonríe divertida. No parece que la isla fuera el invento de un Hurley que ha perdido la razón, pero la misteriosa historia de Desmond sí que parece tener ciertos visos de realidad, por extraño que parezca. Este personaje, al vivir tan en primera fila la implosión de la estación Cisne, parece haber traspasado las fronteras del tiempo y del espacio.

Pero vayamos al contenido concreto de sus visiones de futuro: aparte de haber sido testigo por adelantado del discurso de Locke (3.3), ha visto en dos ocasiones morir a Charlie (3.4 y 3.8), intentando salvarle cada vez como ha podido, de un modo que no despertara excesivas sospechas. Aunque no parece estar muy dispuesto a divulgar sus extraños poderes precognitivos, llega un momento en que Desmond no puede ocultarle más a su protegido lo que está pasando (o lo que va a pasar): que el joven rockero va a morir en un futuro próximo, pues parece que si no es de una manera será de otra y el involuntario profeta no podrá impedirlo indefinidamente.

La idea de que el Universo encuentra la manera de corregir los intentos de desviar el curso predeterminado del destino es una de las ideas que Ms. Hawking inculca a Desmond. En concreto, él quiere demostrar que a pesar de todo lo que el futuro le guarda él puede elegir casarse con Penny. Lo intenta una vez, cuando a pesar de la joyera (o con cierto consentimiento de la misma) se lleva el anillo pensando en proponerle matrimonio a su novia, pero la verdad es que cuando llega el momento de hacerlo no se considera digno de ella (algo que le ha echado en cara antes el padre de la chica) por lo que actúa según lo previsto en su “destino”. Finalmente, cuando comprueba en el pub que realmente se acuerda de las cosas tal y como van a suceder, siente que es capaz de cambiar ese “destino” y se decide a volver con Penny, pero es su propio deseo como buena persona de impedir que alguien –el barman– salga herido lo que cierra finalmente este paréntesis de su vida y con ello la posibilidad que le había sido concedida de volver con su chica (¿se le habría concedido esta nueva oportunidad porque lo último que dijo al girar la llave de seguridad en el búnker fue “te quiero Penny”?, 2.24).

Las botellas de whiskey McCutcheon han ido subrayando el itinerario de nuestro escocés: no pudo convencer a Widmore de ser un buen partido para Penny –no siendo considerado siquiera digno de beber un trago de un whiskey cuyo nombre es epítome de grandeza–, ni pudo aprovechar su segunda oportunidad de proponerle matrimonio y seguir con ella, como reconoce en el pub sintiendo de nuevo que no es digno de beber de esa botella –porque entre otras cosas no tiene el dinero suficiente–. Pero en la isla una nueva botella de tan preciado líquido aparece esta vez a su alcance: porque ya no es importante que tenga o deje de tener dinero, pero además porque Desmond ha realizado la acción heroica de salvarlos a todos no sólo cada 108 minutos durante tres años sino en su heroico acto final en el búnker y ha seguido dando la talla de un gran hombre al salvar un par de veces a Charlie de la manera más discreta. El pobre escocés, cansado de tantas pruebas del “destino”, disfruta de la carísima bebida, probablemente degustando a fondo la satisfacción de sentirse por fin verdaderamente digno de lujo tan exquisito. Pero Charlie, algo aturdido por los celos de que este hombre haya aparecido tan heroico ante su chica, sigue tachándole de cobarde. Realmente no le ha ofrecido la botella como tributo de gratitud y reconocimiento (durante tanto tiempo anhelados) sino como artimaña para sonsacarle. Desmond vuelve a encontrarse considerado como un pobre hombre al que nadie entiende, precisamente por el joven cuya desgraciada suerte tanta angustia le está causando. Su desazón, unida a la considerable borrachera, le obliga finalmente a compartir su secreto, de modo que Charlie va a saber a qué atenerse con respecto a las extrañas acciones de este colega de ahora en adelante. Desmond no paraba de decirte “no quieras saber lo que me pasó al girar la llave...” porque, Charlie, parece que de alguna forma tanto tu suerte como la suya están echadas. Él tenía que ser el salvador del mundo a cargo del ordenador del Cisne en la isla, y tú vas a morir pronto, porque el Universo (o la isla) parecen habérselo propuesto así. De este modo el extraño encuentro en las calles de Londres entre estos dos personajes aparece como profético, ya que el destino de estos dos hijos de la Gran Bretaña parece estar inextricablemente ligado.

A propósito, este encuentro no parece que tuviera lugar la primera vez, sino sólo la segunda, cuando Desmond revive su pasado, ya que dice que aquél día al salir de la oficina de Widmore y quitarse la corbata, Penny le preguntó por la corbata y después se puso a llover. Parece que Desmond en aquella otra ocasión había quedado con Penny a las puertas de la empresa de su padre. De todas formas, aunque las acciones de nuestro atribulado protagonista no sean exactamente iguales esta segunda vez (como tampoco lo serán su encuentro con Donovan ni con Ms. Hawking), se supone que la meteorología, los deportes y los hechos de ciertas terceras personas si se mantienen. Como se mantuvo la foto que se hizo la pareja junto al Támesis (extraña decisión la de poner un fondo falso cuando uno se encuentra en el centro más emblemático de Londres, quizás porque el fotógrafo estaba harto de que la mayoría de los días estuviera nublado). Tres encuentros son entonces novedad en esta segunda oportunidad de Desmond: primero con Charlie (cantando la canción “Wonderwall” de Oasis, en la que habla de su necesidad de salvación y que es cuando Desmond se da cuenta por primera vez de que está reviviendo su pasado), segundo con Donovan (que, como Dave a Hurley, pretende hacerle creer que la isla es algo irreal e imaginado) y tercero con Ms. Hawking (ante quien en un principio reacciona afirmando su propia libertad, pero ante cuya forma de pensar parece haberse rendido totalmente al final del episodio).

Nuevamente la canción “Make Your Own Kind of Music” actúa como leit-motiv del atribulado Desmond: “haz tu propia música, canta tu propia canción...” es la melodía y letra que reconoce un par de veces durante su visita al pasado como verdadera conexión con quién él ha sido, como prueba de que está de nuevo al mando en su vida. (De hecho, el uso de las diversas canciones y especialmente la música original de Michael Giacchino, hacen de este episodio, junto a su extraordinario guión, uno de los mejores de la serie hasta el momento).

El viaje de Desmond a su pasado, fuera real o virtual, termina bruscamente al despertar de nuevo en la pesadilla viviente que es su estancia en la isla (es curioso que a pesar de haber perdido la ropa, algo que podría indicar un viaje en el tiempo, no hay consistencia en el estado de su barba, pues en la isla tiene algo de barba mientras que en su estancia en Londres está perfectamente afeitado). Y si su tarea anterior de héroe oculto en el búnker había sido terriblemente pesada y solitaria, su nueva misión como superhéroe, capaz de salvar a sus compañeros en peligro, va a ser especialmente exigente y ardua. Este joven, un buen hombre como hay pocos en opinión de Penny, pero sin dinero ni prestigio social alguno, ha sido predestinado a salvar a los demás una y otra vez, debiendo estar dispuesto a probar repetidamente su coraje, su valía y su gran corazón, quizás porque él mismo no deja de creerse un pobre cobarde, que no hizo más que fallarle a su verdadero amor.


Pistas para adentrarnos en los entresijos de estos temas:

- El personaje de Desmond, confuso por un destino abrumador, contrasta con el de Locke, que parece buscar incansable esa sensación de destino, de ser un gran hombre y un salvador. La isla, o la maquiavélica conspiración universal que pareciera estar detrás de todo esto, ha dispuesto una misión diferente para cada uno de ellos. Desmond escaparía de buena gana a cada uno de estos designios para poder volver con Penny, pues es lo que él realmente valora, mientras que Locke, en su desesperada búsqueda de sentido, dejó escapar a Helen, su gran amor. De hecho, los dos casos no son tan diferentes, puesto que Desmond se alejó de Penny al necesitar desesperadamente recobrar su honor y ha demostrado recientemente que aún no ha aprendido la lección, que a pesar de haber salvado al mundo durante varios años sigue sin ser capaz de considerarse digno de su amada.

- Otra cuestión me resulta especialmente interesante en el caso de Desmond. Además de la figura de héroe griego que ya sugiere el mero nombre de su novia Penélope, la nueva habilidad de Desmond recuerda a los profetas del Antiguo Testamento. Estos personajes eran elegidos para un destino al servicio de la humanidad, como mensajeros de la voluntad de Dios, que en muchos casos resultaba ser el anuncio de algún mal que se acercaba y que requería una conversión en el destinatario del mensaje (usualmente el pueblo de Israel). Especialmente ilustrativa es la historia de Jonás, el profeta que no quiso ir a contar las malas noticias a la ciudad de Nínive sino que pretendió escapar a esta elección divina embarcándose en una travesía marítima hasta ser engullido por una ballena y devuelto a su misión. La tarea de este profeta era en el fondo una tarea de salvación, pero exigía la pesada misión de dirigirse a un pueblo extranjero y anunciarle calamidades sugiriendo su conversión. Algunos de los antiguos profetas sufrieron mucho, debiendo renunciar a muchos bienes de su vida privada, por este destino especial. El Dios de Israel que los llamaba escuchaba sus quejas y los dejaba decidirse, aunque también sabía hacerse obedecer. Es seña de identidad de la fe de los judíos (como de su cercana pariente la fe cristiana), el creer que Dios te llama a una misión, de forma que eres personalmente elegido para ella, pero esta misión te es solicitada y explicada, en diálogo respetuoso. Dios se supone que sabe a quién elige y le da las fuerzas y el apoyo necesario, de forma que la tarea no llegue a serle destructiva sino que, aunque a veces sea especialmente dura, se convierte en fuente de satisfacción personal. El destino individual se debate entonces en una relación personal con un Dios providente, que conoce las múltiples personalidades y decisiones de sus hijos y prevé dónde y cuándo se necesita un sacrificio salvador. La persona así llamada (vocacionada) puede responder que sí o que no a esta llamada. Se produce de este modo un equilibrio entre libertad y providencia: en vez de un destino totalmente predeterminado que nos convierte en meras marionetas, se concibe el universo suficientemente controlado en manos de un Dios respetuoso, benevolente y protector.

- Se entiende, desde este marco, que Desmond se sintiera llamado a alguna acción heroica, a poder materializar su capacidad de entrega a los demás. Penny había reconocido en él su esencial bondad, que de algún modo estaba llamada a plasmarse en algo real. El buen escocés no acaba de encontrarse a gusto sin tener oficio ni beneficio mientras vivía con una joven extremadamente rica, por lo que, venga de su subconsciente o no, escucha esa llamada de que las cosas no deben ser así, de que el mundo está esperando algo diferente de él, algo que él parece reconocer en un principio en la vocación a las fuerzas armadas. Él nunca olvidará a Penny, pero no puede tampoco traicionar esa llamada especial, aunque no acabe de identificar del todo de qué se trata.

- Igualmente, en los acontecimientos que está viviendo en esta temporada en la isla, Desmond probablemente preferiría no tener esa nueva capacidad de visión profética. Pero ésta le ha sido dada y no puede dejar de actuar en consecuencia. La misión es difícil y le resultará muy dura, pero él no puede dejar de poner su don al servicio de los demás, sobre todo cuando se trata de algo tan irreversible como una cuestión de vida o muerte.

- Dos conclusiones podemos sacar para aplicar a nuestras vidas: Una cierta inquietud o desazón con nuestra situación actual puede indicar una llamada a una tarea muy especial que permita expresar alguna profunda aspiración que alberga nuestro interior. Ésta puede incluso permanecer escondida durante varios años, llegando a expresarse eventualmente, quizás en una decisión a simple vista inexplicable porque parece inconsistente con todas nuestras decisiones previas. Por otro lado, o relacionado con esta misma inexplicable inquietud, podemos reconocer en nosotros un don especial que nos ha sido dado, quizás en cierta medida incómodo, pero que de por sí nos impulsa a ponerlo en funcionamiento al servicio de los demás. Ni la inquietud vocacional ni el don suponen una obligación, sino más bien una invitación a seguir cierto camino, quizás difícil, pero también acompañado de la satisfacción de estar cumpliendo una tarea especialmente significativa en el conjunto de la humanidad.

Amparo
Editado el 4 de Agosto de 2008, a las 21:05, para correcciones redaccionales.

domingo, 11 de noviembre de 2007

3.7. No en Portland

Al entrar al quirófano para operar a Ben Juliet esperaba interiormente que Jack, haciendo caso a las ideas que ella le presentó en un video ante su celda (3.5), aprovechara la ocasión para acabar con el enemigo de ambos, aunque probablemente albergaba serias dudas con respecto a la posibilidad de que el prisionero quisiera realmente hacerlo. Una vez que éste se ha hecho con el mando de la situación como cirujano y ha expuesto sus condiciones para no dejar morir al paciente, Juliet baraja rápidamente las opciones que se le presentan, siendo una de ellas simplemente dejar que los acontecimientos se desarrollen sin intervenir directamente: si Pickett impide que Kate y Sawyer se pongan a salvo en una hora, Jack dejará que Ben se desangre; sin embargo si los prisioneros escapan, la operación podrá proseguir normalmente. Tom está dispuesto a salvar la vida de Ben a toda costa, por lo que pide a Juliet que repare el daño causado por Jack, pero ella admite no estar capacitada para hacerlo. De todas formas enseguida se ve impelida a tomar una decisión: no puede permitirse perder esta oportunidad de acabar impunemente con el manipulador jefe de su grupo, por eso da las órdenes oportunas para que los prisioneros no puedan escapar: “si es preciso, matadlos”.

La hasta ahora inescrutable Juliet se nos presenta por tanto en un principio como una persona dispuesta sin problemas a matar: en primer lugar por su conspiración contra Ben, después por sus órdenes con respecto a Kate y Sawyer. Ya había detectado James la determinación de esta rubia a disparar, durante la escaramuza que protagonizó en el campo de trabajo (3.2). Sin embargo, las escenas que vamos a ver de su pasado en Miami nos proporcionan la necesaria perspectiva, presentándonos a una mujer totalmente diferente: una mujer apocada y sometida resignadamente al control férreo sobre su carrera que ejerce su ex-marido.

Aunque se trata de una investigadora puntera en tratamientos contra la infertilidad, más allá de los límites impuestos por las convenciones éticas, se encuentra totalmente asfixiada por el control exhaustivo que Edmund pretende hacer de su experimentación. Juliet ha intentado en vano mantener ocultos sus intentos de que su hermana Rachel, tras un tratamiento muy agresivo contra el cáncer, se quede embarazada. Su ex-marido y jefe de los laboratorios de investigación médica en los que trabaja ha adivinado sus propósitos y quiere sacar tajada de ellos. Porque sabe que la joven doctora con la que estuvo casado es un auténtico genio en su especialidad y puede revolucionar las posibilidades reproductivas en los seres humanos. El control que ejerce sobre ella parece provenir de sus sutiles amenazas con hundirla por sus supuestas transgresiones a la ética, si no se aviene a dejarle tomar a él ciertas decisiones.

Pero el enorme potencial de la línea de investigación de Juliet tampoco ha pasado desapercibido a una misteriosa organización interesada en cuestiones de fertilidad, “Mittelos Bioscience”, que insiste en contratarla. El representante de esta firma, Richard Alpert, se dirige a ella como a una eminente científica, mientras que ante él sólo vemos a una pobre mujer acobardada. El hábil entrevistador, sin arredrarse, intenta avanzar en la negociación presentando a su interlocutora una diapositiva con evidencia de un útero humano gravemente degradado. Juliet se acerca interesada, más confiada al encontrarse en su terreno, y se manifiesta sorprendida de que el útero pertenezca a una mujer joven. Protegida bajo la oscura luz del proyector que parece envolver a los dos en el extraño útero enfermo, Juliet confiesa sin embargo que ella no puede decidir sobre su propio destino profesional, porque su ex no se lo permite. Hay algo igualmente enfermizo en su situación, la joven promesa de la ciencia se encuentra encerrada en una oscuridad que la esteriliza. Pero Alpert no recela de la oscuridad de las circunstancias que ella expone sino que se acerca solícito, ingresando en la misma zona oscura (sea esto expresión de su extrema solidaridad o de una siniestra ambigüedad) al ofrecerle todo el apoyo que ella necesite para poder dedicarse de una forma más satisfactoria y fructífera a su vocación. Ante tan incondicionado reconocimiento a su valía la frustrada doctora se permite expresar su deseo de salir de su encierro. Pero su deseo de libertad, tan fuertemente reprimido, toma impulsivamente la forma de una hipótesis atroz (que aunque expresada con voz débil y temblorosa, permite adivinar el origen de su posible actitud asesina): “Si lo arrollara (a Edmund) un autobús, ¿qué le parece?, eso serviría”.

Podemos pensar que es su desesperación la que formula una frase tan sumamente impactante. Juliet tiene ante sí una oportunidad de oro, pero cree saber que para ella no es posible ya cumplir ese sueño. Sólo que no imagina que su deseo de libertad, expresado en hipótesis tan brutal, no va a quedarse como meras palabras en el aire. Sea por una extrañísima casualidad o por un fatídico destino, por acción mafiosa de la organización que requiere sus servicios o por la misteriosa capacidad de esta doctora de que el Universo cumpla sus deseos más peregrinos, el caso es que poco después un autobús aprovecha puntualmente un descuido del odiado científico dejándole tendido muerto junto a la acera. Juliet aterrorizada no sabe calibrar si debe considerarse culpable de semejante accidente.

La joven investigadora, una vez eliminado el principal obstáculo, parece que accedió finalmente al requerimiento de Alpert (por la presencia de Ethan sabemos que “Mittelos Bioscience” tiene algo que ver con nuestra isla), de modo que acaba finalmente formando parte del grupo de los Otros, en el que lleva algo más de tres años. A pesar de su hermetismo en los episodios previos, muchas señales indican que esta nueva situación ha llegado a serle tan insoportable como la que vivió en Miami: su actitud llorosa ante el espejo marcó esta temporada desde su inicio (3.1) y hemos visto una evidente tensión en su relación con Ben en cada episodio subsiguiente. Ante una nueva situación de sometimiento Juliet vuelve a desear la muerte de la persona que la mantiene sometida: en este caso el experto manipulador Benjamin Linus. Pero algo ha cambiado en ella en estos tres años y ya no va a dejar resignadamente que el destino u otros agentes desconocidos (ni siquiera una enfermedad mortal) se hagan cargo de eliminar a su enemigo. Juliet está ahora decidida a tomar parte activa en producir el cambio que necesita, pero sigue pareciéndonos excesivo que esta señora que parecía tan respetable esté dispuesta a matar no sólo al responsable de su desesperación sino a terceras personas como simples medios para obtener el ansiado cambio.

Juliet manifiesta en el quirófano que, dado que el plan de Jack no es efectivo puesto que éste no ha tenido en cuenta que se hallan en una pequeña isla, se debe impedir la fuga de los prisioneros hasta matarlos si es preciso. Explica después que lo más probable es que aún así Jack no sea capaz de dejar morir a Ben. Todo esto suena a doble juego para aparentar que sigue estando de parte de los Otros pero forzar al mismo tiempo la situación para que Ben acabe muerto. Sólo que esta actitud contraría a nuestro esforzado doctor, pues intenta malograr totalmente su plan, por lo que éste contraataca acusándola de conspiración contra la vida de su jefe. Tom, dudando de las verdaderas intenciones de su compañera, la envía fuera. Sólo un rato después, tras una conversación con Ben (quien la manda llamar tras despertar de su anestesia en medio de semejante faena) Juliet recapacita y cambia de opinión. Con la misma determinación con la que había apoyado una postura, apoya ahora la contraria: la impredecible Juliet (no tan impredecible para Ben) se compromete a hacer todo lo que esté en su mano para liberar a Kate y a Sawyer, de modo que Jack acceda a salvar la vida de su paciente. El cambio de 180º se produce porque ahora Ben le ha dado su palabra de que por fin va a dejarla salir de la isla y volver a casa.

Como por arte de magia la inflexible guardiana de Jack ha pasado a ser su aliada, convertida en colaboradora de la evasión de los prisioneros pasa a su vez a ser enemiga mortal de todo aquél que pretenda impedirla. De este modo Juliet no duda en disparar a muerte al que ha sido hasta ahora su compañero, Danny Pickett, de forma que Sawyer y Kate puedan escapar. Aunque se la vio afectada por la muerte de su mujer Colleen (3.4), parece que la muerte de este hombre a sus propias manos no le afecta para nada. Como elementos objetivos a favor de la acción de Juliet podemos constatar los siguientes: 1. El viudo estaba actuando últimamente con una violencia excesiva, como desbocado en su deseo de venganza. 2. También había decidido desatender los deseos de su superior Ben (o más bien lo que Juliet le había dicho que era orden de Ben, pero que él no se acababa de creer), por lo que su persecución queda desautorizada, mientras que Juliet obedece órdenes de la autoridad establecida en su sociedad. 3. En último término la doctora impide de la única manera posible que Danny mate a una persona inocente.

Una decisión de Ben, el todopoderoso jefe de los Otros, ha cambiado el estatus de los prisioneros, que ya no son individuos a los que se debe perseguir a muerte sino personas que se debe proteger y dejar escapar. Juliet, a pesar de su drástico cambio, continúa moviéndose dentro de la legalidad de su sistema, mientras que Pickett se ha quedado fuera del mismo casi sin enterarse y ha pagado con su vida este desfase. La doctora, al matar a Danny, está salvando a la vez la vida de Sawyer y la de Ben. Pero no parece una acción muy heroica puesto que no muchos minutos antes estaba dispuesta a que murieran tanto Ben como Sawyer (e incluso Kate) y, en el fondo, parece no importarle nada en absoluto la vida ni la muerte tanto de unos como de Otros.

Las lágrimas de Juliet ante el cadáver de Edmund, totalmente confusa y desorientada porque quizás haya causado ella involuntariamente la muerte de esta persona, contrastan con la frialdad de la que se ha convertido en una de las líderes de los Otros ante el cadáver del compañero que acaba de matar. La acción de Juliet recuerda en cierto modo a la del traidor Michael: mata a uno (él a dos) de los suyos por ayudar a dos prisioneros (él a uno) del grupo contrario, porque le han encargado expresamente que ayude a esta liberación (2.20). A Michael le prometieron a cambio que le devolverían la libertad a su hijo (2.22); a Juliet la suya propia. El caso de Michael parece más grave puesto que ni Ana ni Libby estaban directamente amenazando la vida del prisionero, como sí estaba haciendo Danny. Pero al menos hemos visto a Michael angustiarse tremendamente por las muertes de sus compañeras (2.20-2.23). No así Juliet, que parece haber llegado a un punto en el que no le importan ya ni propios ni extraños, como persona que no pertenece realmente a ninguno de los dos grupos, sino que sobrevive como puede entre ellos. Juliet parece sentirse tan prisionera de los Otros como el propio Jack (hablando con él los menciona como “ellos”), pero, puesto que ejerce un cierto papel de liderazgo en esa comunidad, ni siquiera puede aliarse con los prisioneros (como hace Alex). Hemos visto cómo esta mujer, tremendamente sola y casi desesperada, recurre a su valiosa inteligencia e incluso a una violencia indiscriminada, porque intenta salir a toda costa del oscuro y enfermizo encierro (cual decepcionante útero estéril) en el que nuevamente se encuentra.

Y no directamente en Alex, sino en su querido y añorado Karl encontramos otro personaje de los Otros que se encuentra preso entre los que se supone debían ser los suyos. Karl estuvo encerrado en una jaula y fue duramente golpeado tras su fallido intento de fuga (3.1), después ha estado confinado en una cámara de tortura, sometido a un lavado de cerebro por medio de imágenes cambiantes y sonidos estridentes que se ha visto forzado a ver y oír, sin poder dormir, durante varios días. En la joven Alexandra reencontramos de nuevo el drama de alguien forzado a traicionar a los suyos (incluso a su padre Ben) por liberar a la persona que ama. Puesto que Alex no tiene una pistola no se ha visto en el caso de tener que matar a nadie (como Michael o Juliet), aunque no ha dudado en utilizar con asiduidad y puntería su tirachinas, ni en atacar a su compañero Aldo. Alex decide desde el principio aliarse con los otros prisioneros (en 3.2 se comunica con Kate; en 3.6 parece que irrumpe en el campo de trabajo con intención de liberar a Sawyer y a Kate, consiguiendo al menos avisar a ésta de que quieren matar a su novio), pues tampoco cree que éstos sean una amenaza sino pobres víctimas de las injustificables manipulaciones de su gente (como ya vimos que le pasó con Claire en el episodio 2.15). Sin negar el sufrimiento de esta joven, que se ve forzada a pelear y a esconderse para defender al muchacho que ella quiere, su desesperación y soledad no alcanza los abismos que deja entrever el personaje de Juliet, quien no cuenta tan siquiera con una persona en la isla por la que esté dispuesta a luchar.

Ajeno a estos acontecimientos pero confiando en la palabra de Juliet, Jack ha continuado con la operación, asistido por Tom, especialmente poco ducho en este tipo de tareas. Mientras tanto Sawyer y Kate han liberado a Karl y, una vez que el principal obstáculo –Pickett– ha sido derribado por Juliet, se disponen a marchar a su propia isla en la canoa que les ha proporcionado Alex. En este momento Juliet recuerda a Kate que debe cumpir con el último requisito de Jack: que le cuente por el walkie-talkie la historia que él le había pedido. Cuatro situaciones se ponen en paralelo durante esta narración: 1. Jack, enfrentado a su primera operación en solitario, daña sin querer a su paciente pero supera el miedo contando hasta cinco y finalmente la salva. 2. Kate se enfrenta también a la primera vez que tiene que coser la herida de una persona, pero a pesar de su inicial rechazo lo hace y de paso aprende una fórmula para superar el miedo (1.1). 3. Jack, en perfecto paralelo con la historia original, acaba de rasgar una arteria de su paciente y se esfuerza en reparar el daño a tiempo en medio del caos que se le ha formado allí y a pesar de no disponer de la asistencia cualificada que necesita. 4. Jack y Kate, por el walkie-talkie, vuleven a ayudarse mutuamente: Kate ya no cose la herida de Jack, pero le ayuda con su voz (transmitiéndole su cariño y confianza en él) a superar la situación de emergencia en que se encuentra (aunque sólo sea haciendo que Tom confíe en este doctor que resolvió así su primer caso, siendo Tom en cierto modo el que reproduce el papel de Kate de la situación 2, metido involuntariamente a ayudante de cirujano y con ganas de salir corriendo). Jack por su parte, no está ayudando esta vez a Kate a superar su miedo, pero sí está rematando la tarea de salvarla pidiéndole que escape y prometa no volver a buscarle.

La conexión radiofónica entre Jack y Kate tiene la densa intensidad de un momento compartido que se vive en resonancia con otros muchos momentos vividos juntos en el pasado, y que se trunca súbitamente en un adiós que parece definitivo. El transfondo de esta conversación es la heroica decisión de Jack de favorecer la huida de Kate y Sawyer quedándose él atrás y el doloroso agradecimiento de Kate, forzada a aceptar dicho sacrificio. El especial significado de esta conversación no pasa desapercibido a ninguno de los testigos de la misma: por un lado Tom, en el quirófano, que admirado por el coraje de la persona que tiene ante él se atreve a esperar que consiga curar a Ben; por otro lado Juliet, Sawyer, Alex y Karl, que no pueden evitar contrastar sus sentimientos con aquello que están oyendo. La joven pareja ha tenido que despedirse de forma similar a lo que viven Kate y Jack, pues parece que es necesario que Alex se quede atrás, separada del joven que ama, para que éste pueda sobrevivir. Sawyer, por su parte, trata de asimilar lo que supone para su relación con la pecosa este nuevo acto heroico de Jack que sabe que Kate nunca podrá olvidar. Y Juliet se deja empapar a fondo de la calidad humana del doctor al que ha estado custodiando (capaz de estar ahí siempre para los demás a pesar del propio miedo), y del tipo de solidaridad y amor que está presenciando (entre Karl y Alex, y entre Jack, Kate y Sawyer), sin poder evitar que crezca en ella una enorme nostalgia, sobre todo cuando ve alejarse la canoa de la playa, por volver de una vez por todas con su verdadera familia a casa.


Pistas para adentrarnos en los entresijos de estos temas:

- A la familia que Juliet añora pertenece especialmente Rachel, su hermana finalmente embarazada. El amor por su hermana ha sacado de Juliet lo mejor de ella misma, incentivando enormemente su investigación pro-fertilidad, mientras que Rachel, generosamente, ha animado siempre a Juliet a buscar su camino, aunque supusiera una separación entre ellas. Pero en continuidad con la típica complejidad moral de las situaciones presentadas en esta serie, parece que en este proceso de mutua ayuda ambas hermanas han traspasado algunos límites éticos que el episodio no se para a explorar. Si se trata, como parece, de una mujer con deseo de ser madre a pesar de sufrir un grave deterioro de su útero, las objeciones éticas pueden ser diversas. Dejando aparte el supuesto robo de material del laboratorio, Rachel y Juliet están intentando traer una vida al mundo en una situación altamente irregular: la propia vida de Rachel corre peligro debido a una grave enfermedad, no del todo superada, por lo que el proceso de crecimiento del bebé estará sometido a un grave riesgo de malformaciones e incluso de inviabilidad. Y en el caso de que el niño llegue a nacer puede encontrarse fácilmente pronto sin madre, y al parecer también sin padre (además de que su tía, que no terminó precisamente en Portland, tampoco iba a estar presente en la primera infancia de esta criatura, aunque las hermanas no conocían este detalle al tomar tan grave decisión). Las intenciones y circunstancias de Juliet y Rachel en este caso no se detallan, por lo que no podemos determinar el auténtico alcance ético de sus acciones. La problemática ética queda reducida a una herramienta de extorsión por parte de Edmund y en todo caso, dado que Juliet se ha visto en este episodio envuelta en otros conflictos éticos bastante complicados la cuestión ha quedado un tanto arrinconada.

- Es importante que las sociedades se planteen normas éticas para regular este tipo de tratamientos fertilizantes, exigiendo una mayor responsabilidad hacia la vida de los futuros niños, que no deben ser expuestos a riesgos tan enormes por el mero capricho de personas que sólo desean cumplir a toda costa (aun a costa del niño) su deseo de ser padres. Pero las habilidades de Juliet pueden tener un significado totalmente distinto si nos planteamos, como parece insinuarse que es la situación de los Otros en la isla, una comunidad incapaz de procrear, un grupo de mujeres cuyo endometrio envejece tan rápidamente que nunca podrán tener hijos. Si se tratara de una epidemia local, podría uno verdaderamente elevar protestas éticas ante el intento de conseguir a toda costa la reproducción de estas mujeres, pero la cosa cambiaría mucho si se tratara de una epidemia global, si de la habilidad de esta doctora dependiera el futuro de toda la humanidad. El éxito genial de Juliet en la especialidad que ha elegido sitúa a esta investigadora en una situación altamente comprometida: podría por un lado ser manipulada para cometer las mayores aberraciones imaginables, mientras que es muy tentador considerar su capacidad de producir vida en la esterilidad, sobre todo en ocasiones extremas, como verdaderamente salvadora. El ejercicio de su vocación requiere desde luego de un afinado discernimiento ético, tanto más fácil de mantener íntegro e irreprochable cuando uno pertenece a una organización (y básicamente a una comunidad humana) con una clara orientación moral y disfruta en ella de una cierta estabilidad emocional, cosas ambas que apenas pueden afirmarse de Juliet. Nos son aún completamente desconocidas tanto la concreta finalidad de “Mittelos Bioscience” como las causas del problema de fertilidad de la comunidad de los Otros, por lo que apenas podemos imaginar el tipo de experimentos que Juliet se ha visto obligada a realizar, probablemente siempre inmersa en una enorme ambigüedad moral. Este personaje, por su genialidad y su debilidad, siempre sometido a su pesar al control de sus empleadores, moviéndose entre la determinación y la desesperación, haciendo equilibrios imposibles en la delgada línea que separa la muerte de la vida, se convierte así en figura a la vez de la grandeza y del abismal peligro que nos dejan atisbar los increíbles logros y los tremendos desafíos morales de las ciencias experimentales actualmente más punteras.

Amparo

martes, 6 de noviembre de 2007

3.6. Sí, quiero

Kate está bastante asustada desde que sabe que Sawyer le oculta algo, muy extrañada de que su conspirador amigo haya dejado de conspirar para escapar de las jaulas (3.4). De hecho ha renunciado a escapar sola de allí por no renunciar a que puedan escapar juntos los dos, o incluso los tres con Jack, aunque no sabe cómo: sólo cuenta con la baza de su capacidad (que ella cree desconocida para los Otros) de salir de la jaula en cualquier momento e intenta controlar lo más posible la situación impidiendo que la separen de Sawyer, porque se teme lo peor con respecto a lo que Pickett tiene pensado hacer con él. Mientras, el castigado James pasa de planes de fuga y expresa su actitud improductiva tirando piedras al mecanismo de su jaula que activa el aviso de “Alerta”, sin accionar las palancas que dan lugar a que salga del mismo comida y agua. El contraste es enorme con los episodios primeros en los que estaba volcado en la adivinación de las claves de su entorno y en la elaboración de planes para controlarlo (3.1, 3.2 y 3.4). El caso es que si ninguno de los dos prepara un plan no va a ser tan fácil que escapen de su prisión porque sí. ¿Tendrá que ser Jack el que dé los pasos necesarios para liberarse y liberar a sus amigos?

Jack ha sido mantenido aparte y está negociando su suerte por separado. Si opera a Ben de su tumor en la columna vertebral el jefe de los otros le dejará irse de la isla (3.2, 3.5). Pero Jack no se fía ni un pelo de esta gente y se niega a operarle. No parece tener ningún plan alternativo, sencillamente no va a seguirles el juego ni a Ben ni a Juliet. Su única arma en este momento es echarle en cara a Ben lo poquito que va a durar, ser capaz de reírse en las narices de su enemigo. Mas su risa no dura mucho cuando se da cuenta de que los expertos manipuladores que son sus carceleros tienen nuevas cartas que jugar contra él: pues no dudan en recurrir a su debilidad por Kate (y a la de ésta por Sawyer).

Tras cinco días de prisión en los que no ha sabido nada de Kate (pero sí ha oído cómo torturaban a Sawyer, 3.4) ve de pronto cómo su amiga es introducida por Juliet en la estancia contigua a la suya. Separado de ella por un terco cristal, Jack trata de absorber con sus ojos el rostro tan querido, intentando adivinar en su gesto y en su voz si ella está sufriendo algún tipo de maltrato. Kate se acerca lo más que puede a su querido doctor, intentando instintivamente alcanzarle con sus manos, pero una terrible preocupación la atenaza y rompe a llorar frente a Jack. La joven no puede menos que suplicarle, como le han pedido, que opere a Ben para que los dejen marchar, pero sobre todo para evitar que Pickett acabe con Sawyer. Jack, a pesar de su deseo de seguir hablando con Kate, se niega a participar en este juego. Por eso no quiere que ella se quede ni un segundo más y se niega a escucharla.

Juliet ha conducido a Kate a la celda subacuática de Jack cubriéndole la cabeza con un saco, pues no quiere que conozca los pasadizos subterráneos que le permitirían encontrar al doctor y ayudarle a salir, en caso de que se lo planteara. Lo que la inflexible guardiana no sabe es que los guionistas (o montadores) del episodio han aprovechado el paseo de nuestra protagonista enmascarada por el saco para presentarnos en un flashback el día en que cubierta por su blanco velo de novia se unía en (breve) matrimonio a su amado Kevin. La yuxtaposición de escenas produce en el espectador la impresión de un paralelismo entre el encuentro entre Jack y Kate y el momento de aquella boda, a pesar de las enormes diferencias entre las dos situaciones. Una vez que Kate, quizás tan nerviosa de ver por fin a Jack como ‘Monica’ lo estaba de casarse, es despojada del saco no le espera el beso de los recién casados sino la imposibilidad de contacto físico entre dos personas que se quieren pero están separadas por una pared de cristal. El sufrimiento de ambos es patente, a pesar del alivio de poder verse al fin, pero una comunicación auténtica entre ellos se ha hecho imposible. El juego de luces establece unos interesantes reflejos, de modo que la imagen de cada uno de ellos aparece superpuesta a la imagen del otro, como si en una dimensión diferente hubieran conseguido estar de verdad juntos, casi fusionarse el uno en el otro. Pero esta ilusión es algo sumamente etéreo, un intenso deseo cruelmente truncado.

Durante su unión en matrimonio con Kevin, mientras todo el mundo alababa su sinceridad, Kate mentía disimuladamente. Su “sí, quiero”, aunque expresado con toda convicción y con el deseo de que esta realidad alternativa que prometía ser tan feliz llegara a cuajar, estaba aquejado de una grave falsedad: Kate se ponía en el papel de una persona ficticia que no iba a ser capaz de encarnar. La razón de este desatino: su miedo a ser capturada conjugado con su deseo de volver a llevar una vida normal. Sin embargo en la isla se ha despojado de todas las caretas, se ha presentado con su nombre propio y todos conocen su problema con la ley. Es la verdadera Kate la que se presenta ante Jack en el acuario de la estación Hydra, pero esta vez otros miedos imponen la impenetrable barrera entre ellos: el temor de cada uno de ellos por la seguridad del otro, el miedo a la enrevesada manipulación de sus captores y sobre todo la angustia de Kate por la vida de Sawyer, especialmente amenazada. Si el temor al implacable Edward Mars acabó disolviendo el matrimonio de Kate con Kevin, ahora es el temor al implacable Ben Linus, junto con sus socios Juliet y Pickett, el que va a imponer la separación entre Kate y Jack.

De vuelta a las jaulas y alertada por la observación de Juliet de que no había conseguido ayudarles, Kate decide, un tanto desesperada, intentar de nuevo la huída, aunque sabe que Sawyer se niega a escapar por alguna extraña razón. Tras salir trepando de su prisión y romper el candado de la de su compañero, éste finalmente accede a contarle que no sólo están confinados por estos barrotes, sino que se encuentran en una pequeña isla de la que no podrán salir tan fácilmente. Uno pensaría que es mejor intentar al menos esconderse en la maleza que quedarse en las jaulas esperando a que vengan a matarte, pero Sawyer quizás está teniendo en cuenta cómo acabó el similar intento de fuga que hizo con Karl (3.1). Por eso, o simplemente por los muchos golpes recibidos parece haber perdido la capacidad de luchar y la esperanza de escapar. De modo que lo único que le importa ya es que Kate no se derrumbe.

Y si entre Jack y Kate ha prevalecido la invisible barrera separadora, entre Kate y Sawyer desaparece súbitamente toda barrera. Tras la terrible tensión y sufrimientos compartidos en los últimos días y la angustia de que su amigo está amenazado de una muerte inminente, al saber que James ha preferido ocultarle su desesperanza para mantenerla a ella animada, Kate se conmueve y le besa apasionadamente. Sorprendidos por la efusión de sus sentimientos mutuos, nunca antes realmente confesados, olvidan el peligro que corren y se centran sólo en amarse, quién sabe si por primera y última vez.

Por tercera vez en este episodio, Kate se encuentra en un momento decisivo ante a un hombre que la quiere. Esta vez, consumado ya el amor entre ellos, escucha de labios de él la pregunta de si ella le ama. El nombre “Pecas” no es ahora un alias que la esconde sino el apelativo que revela la identidad más entrañable de Kate. El hombre que la interpela es ahora alguien que la conoce y que la quiere tal como es, un amigo por el que ha renunciado a huir, su compañero a quien no puede dejar atrás (cosa que no pudo hacer por Kevin). ¿Es su beso de respuesta el esperado “sí, te quiero” (su definitivo “I do”), o está aún nuestra pecosa aplazando tan comprometida cuestión?

Sea cual sea el significado definitivo de ese beso, la situación y la postura de ambos lanzan un mensaje definitivo al pobre doctor que accidentalmente (o no tanto) ha visto el interior de la jaula desde los monitores del puesto de vigilancia de los Otros. Ante esta novedad (que huele a una última vuelta de tuerca por parte de sus manipuladores), Jack anuncia que operará a Ben por la mañana, a cambio de poder salir de esta isla en la que ya no tiene motivos para permanecer (algo así dijo Sawyer en su momento como razón para embarcar en la balsa en el episodio 1.22).

Por la mañana Pickett despierta a los tortolitos en la jaula con un sólo objetivo: cargarse a ese tipejo insolente que le ha caído tan mal desde el primer momento. Y quiere que Kate sufra lo más posible viéndole morir, porque así es como desea vengar su dolor por la muerte de su mujer Colleen (3.4). Aunque intentan defenderse, Sawyer es nuevamente sometido bajo la amenaza de que Kate reciba algún daño (como en 3.2 y 3.4) y se dispone a morir sin pelear para salvar a su pecosa. Pero cuando ya los dos amantes creen que el mortal disparo es inminente, el bueno de Jack irrumpe de forma providencial, dándoles a conocer el plan de fuga que tan astutamente había ideado.

Y es que Jack, después de todo, no se ha dejado llevar sólo por sus sentimientos de desilusión o despecho, sino que, altruistamente, ha forjado un plan para liberar a Kate junto con el hombre al que ella ama y por el que tanto está sufriendo. Tras practicar una incisión mortal a su paciente les concede una hora para escapar, de modo que sólo si en ese tiempo oye por el walkie-talkie que ellos están suficientemente alejados, se avendrá a reparar el daño en el anestesiado Ben (lástima que Jack al diseñar su plan no sabía que se hallan en una isla distinta de la suya y mucho más pequeña). El hombre que en el episodio 3.1 no lograba poder aceptar que la mujer que amaba se fuera con otro hombre, pretende ahora generosamente poner en libertad a Kate, su nuevo amor, junto a su rival. Mientras que el que siempre alegaba la máxima de “sálvese quién pueda” y de no dejarse debilitar por el cariño a nadie (3.4), se ha puesto voluntariamente de rodillas para una inminente ejecución por salvar a su amada. Finalmente, la mujer que ocasionó sin querer en su huida la muerte de su mejor amigo de la infancia (1.22) y abandonó incluso a su marido por escapar de la justicia, se encuentra ante la imposibilidad moral de escapar de una dificilísima situación de cautiverio, sencillamente porque no puede plantearse abandonar ni a su nuevo amante ni a su mejor amigo. Nuestros tres protagonistas, totalmente cambiados al final de los seis largos días de prisión, afrontan valientemente, cada uno a su modo, el momento culminante de semejante pesadilla.

Mientras el drama de estas tres personas se desarrolla en la pequeña isla, en la isla mayor John quiere descubrir el sentido de la muerte de Eko y parece encontrarlo en el mensaje que descubre en el bastón de éste al intentar clavarlo como cabecero de su tumba. Hemos visto también en el campo de trabajo de los prisioneros a la joven Alex, siempre sorprendente, siendo detenida por su propio grupo mientras buscaba desesperada a su novio, al que ya casi cree muerto. Estas pequeñas historias de búsqueda apoyan la trama principal de este episodio, que, recogiendo casi todas las anteriores de esta temporada, avanza hacia una resolución inminente de la subtrama de los prisioneros.


Pistas para adentrarnos en los entresijos de estos temas:

- Kate se ha enamorado de un joven policía hasta el punto de estar dispuesta a casarse con él, ocultándole su nombre y su pasado para que no sepa que es una fugitiva. Durante unos meses vive el ensueño de haber encontrado por fin su sitio en el mundo, la paz y la felicidad con la persona que ama. Pero es imposible mantener el engaño por toda una vida. De hecho el breve idilio de Kate con Kevin recuerda al breve idilio de Sawyer con Cassidy (2.13 y 3.4), aunque son de signo casi completamente opuesto. Ambos al engañar a sus amantes se engañan a sí mismos: Kate porque quiere ser una buena esposa sin querer aceptar que, en un principio, su pasado no se lo permite; Sawyer porque quiere seguir siendo una mala persona y timar a su víctima sin aceptar que se ha enamorado de verdad de ella y que lo que más desea es rehacer su vida olvidando su pasado. Con quien Kate no puede ser sincera y buena esposa es precisamente con un policía, puesto que pone a éste en una situación imposible; Sawyer, por su parte, con quien no puede ser malo es con una mujer que le acepta como es y quiere ser timadora como él. Ambos se encuentran en un contrasentido: la fugitiva no puede convivir con un policía y el timador no puede timar a su aprendiz de timadora de quien se ha enamorado. Pero si la relación de Kate (es decir, Monica) y Kevin no va a ningún sitio y como tal es estéril, la de Sawyer y Cassidy sí que prometía en el fondo, y como tal, es capaz de engendrar un bebé, expresión de esa posibilidad de futuro. Kate rehúye la relación para mantener su libertad, mientras que Sawyer precisamente acaba prisionero al rechazar la relación timando a su pareja. Lo que estas dos personas necesitaban es la posibilidad de establecer una relación basada en la sinceridad y la confianza mutua, y si antes del accidente de avión su historia previa les dificultaba mucho encontrar una persona adecuada, ahora en la isla les ha sido puesta la ocasión en bandeja.

- El conjunto de los seis primeros episodios de esta temporada nos ha mostrado cómo los tres prisioneros, debido a las dificultades que han tenido que afrontar, pero sobre todo debido a la enorme solidaridad que se ha forjado entre ellos, han podido sublimar las más persistentes flaquezas que les atenazaban durante su pasado. Lo curioso es que estas transformaciones obedecen probablemente también en grandes rasgos a lo planeado por Ben para lo que él pensaba que serían dos semanas: recordemos su conversación con Kate durante un desayuno en la playa (3.1), su charla con Sawyer en la que hace ver a éste que Kate le importa más de lo que está dispuesto a admitir (3.4) y cómo aparentemente la unión que se ha ido forjando entre Kate y Sawyer a través del sufrimiento compartido parece haber sido estratégicamente facilitada por los Otros con la intención de aislar y debilitar a Jack. Sin embargo en su última maniobra el doctor ha superado en astucia y estrategia a Ben, mas sobre todo por su superioridad en virtud: al ser capaz, más allá de lo esperado por su carcelero, de no dejarse llevar por el despecho y la rivalidad.

La paradoja a explorar para nuestra vida es que, aunque la generosidad y el compromiso con los demás parecen hacernos más débiles y manejables, en realidad nos hacen más fuertes e imprevisiblemente invencibles. El ser humano, en el ejercicio de sus más excelsas virtudes (normalmente por amor o solidaridad hacia otras personas), puede llegar a ser más fuerte que cualquier tortura, enfrentándose valientemente a la muerte. Esta actitud heroica vence siempre a la rastrera actitud del que sólo quiere manipular y controlar a los demás para servir a los propios intereses, aunque en la vida parezca muchas veces lo contrario.

Amparo
Editado el 10-Nov-07 (0:15): por correcciones en la redacción de varios párrafos.

viernes, 26 de octubre de 2007

3.5. El precio de vivir

El señor Eko, el pobre, no levanta cabeza. En esta temporada pasa de haber sufrido la implosión de la estación Cisne (y la previa explosión de dinamita en el búnker, 2.24) a ser atacado por un oso polar y arrastrado a su guarida (3.3), para –después de ser rescatado por Locke– acabar muriendo a manos del implacable monstruo de humo de la isla. Cruel destino para un hombre cuyas circunstancias habían forzado también a actuar de manera cruel.

Hemos visto a Eko matar a multitud de personas: primero al hombre que disparó cuando sólo era un muchacho, iniciando así su carrera delictiva; después (como ejemplo de la persona en la que se había convertido) a los dos narcotraficantes a los que degolló de un sólo golpe de cuchillo (2.10); aún tras la muerte de su hermano Yemi –que parecía haber tenido un cierto valor redentor para él (véase mi comentario al episodio 2.10 en http://misteriosysorpresas.blog.com/796267/#cmts)– mata a Emeka y a uno de sus hombres (al otro le corta un brazo) y, finalmente, a los dos ‘otros’ que murieron a sus manos en la isla (2.7). Es mucha la sangre que pesa sobre su conciencia (pero no, Emeka, la vida de la señora a la que tan fríamente disparaste a la puerta de la iglesia no cae sobre la conciencia de Eko, sino sobre la tuya).

Paradójicamente este hombre, que ha demostrado tener tanta facilidad para matar, conoce también muy bien el proceso del arrepentimiento y de la penitencia, e incluso el sacramento cristiano de la confesión. Vemos en este episodio cómo de jovencito se niega –correctamente– a considerar pecado el hurto de unas galletas para aliviar el hambre de su hermano, aunque una monja muy estricta se empeña en obligarle a confesar. Le vemos mucho más tarde, en pleno auge de su vida como criminal, acudir a su hermano cura pidiendo la confesión, a lo que éste se niega, ya que sabe muy bien que Eko no está arrepentido de sus muchos delitos (2.10). Poco tiempo después, ejerciendo falsamente de sacerdote, se dedica a confesar a los demás, parece ser que en la forma más tradicional (2.21), aunque no por ello ha renunciado a actividades inmorales como la falsificación de documentos y la usurpación de la identidad sacerdotal. En la isla, finalmente, tras la abrumadora experiencia de sobrevivir a un espeluznante accidente de avión (2.7) y con el apoyo moral del mensaje ultraterreno que le había enviado su hermano por medio de la joven Charlotte Malkin (2.21), parece elegir un camino nuevo: se arrepiente verdaderamente de haber dado muerte (aunque en legítima defensa) a sus dos atacantes, por lo que se autoimpone la penitencia de 40 días de silencio (2.7) y más tarde pide perdón al prisionero ‘Henry Gale’, como posible representante de los ‘otros’ (2.15); defiende también la vida de Sawyer, cuando Ana ya la daba por perdida, no por el interés del propio herido sino por él mismo (2.8), como necesitando compensar las muchas muertes producidas salvando el mayor número de vidas. Su rechazo a la violencia queda especialmente patente cuando, poco después, al pedirle Jack en el búnker que le lleve donde está Ana-Lucía, se niega rotundamente a que éste acuda con armas (2.8).

Pero, es tras el descubrimiento en la isla de la avioneta que durante años había albergado el cadáver de su hermano (2.10) cuando Eko sufre la mayor transformación. Su arrepentimiento se retrotrae entonces claramente a aquel tiempo pasado en que sus actividades ilegales costaron la vida a su querido Yemi: le vemos llorar desconsoladamente abrazando al pobre sacerdote muerto y le oímos pedirle perdón repetidas veces. Con su oración y su proclamación ante Charlie de que es un verdadero sacerdote, al tiempo que se cuelga la cruz al cuello, Eko parece haber encontrado finalmente una cierta paz con Dios.

Dos situaciones van a darnos más luz al respecto: Amina había desaprobado firmemente la acción de Eko frente a Emeka, mientras sustituía a su hermano en la iglesia de su pueblo, diciéndole que debía muchas vidas a Dios y una iglesia a Yemi. A Eko parecen haberle marcado estas palabras, puesto que ahora en la isla se dedica a salvar vidas (2.5-2.8) y a construir una iglesia (2.12-21). Pero, por otro lado, tenemos su propia interpretación sobre el perdón de Dios en la historia que cuenta a Michael mientras le ayuda a limpiar la sangre de Libby en el búnker (2.22): Dice que en Inglaterra un muchacho le confesó un día que había matado a su perro a golpes después de que éste hubiera mordido a su hermana pequeña en la mejilla, para protegerla (aunque probablemente, debido a la brutalidad de su acción, también dejándose llevar de una enorme ira). El chaval tenía miedo de ir al infierno, por lo que Eko intentó tranquilizarle diciendo que Dios comprendía la situación y le perdonaría si estaba arrepentido, pero el muchacho no sentía tanta necesidad del perdón de Dios como pánico a tener que enfrentarse en el más allá ante el castigo postmortal que podría infligirle un can enfurecido.

Eko parece encontrarse por fin en paz con Dios, al que convencido de su bondad y protección reza a menudo “el Señor es mi pastor, nada me falta”, y también –o precisamente por eso– ha demostrado no tener miedo a nada ni a nadie (2.10). Pero en esta isla, que ni Dios sabe dónde está (según ‘Henry Gale’ en 2.18), rige un juez que no es comprensivo ni misericordioso, sino que, semejante al perro infernal que el niño inglés imaginaba, está dispuesto, cual monstruoso cancerbero, a castigar del modo más implacable y cruel a quienes considera culpables, a quienes no dan la talla para ser considerados ‘buenos’. En una extraña conspiración psicológica, el monstruo isleño parece haberse confabulado con un falso Yemi para pedir a Eko su confesión y el arrepentimiento de las cosas malas que ha hecho en su vida. Eko, aunque deseoso de poder hablar de nuevo con su hermano, se niega a este requerimiento suyo, probablemente porque ya cree haber pagado suficientemente sus culpas (añadiendo a sus anteriores esfuerzos su reciente sacrificio en el búnker poniendo en grave peligro su vida para salvar la de todos, 2.24); pero también porque desea un cierto reconocimiento de lo difícil que ha sido para él sobrevivir, de que ante las excruciantes pruebas a las que ha sido sometido, de dificilísimo discernimiento moral, ha hecho lo que mejor ha podido.

Eko nunca estará dispuesto a aceptar que al disparar a aquella su primera víctima no estaba siendo él la verdadera y voluntaria víctima inocente, en sacrificio terrible por el amor de su hermano. Ha sido su enorme cariño por Yemi el que ha orientado las grandes decisiones de su vida, y en lo más profundo de su interior siente que aquello no pudo ser un pecado. ¿Es él un hombre malo? ¿Cómo puede serlo si aquella vez actuó por amor y tantas otras veces por sobrevivir en un entorno mafioso o por mantener su dignidad ante los que querían pisotearla? Nuestro amigo Eko ha hecho penitencia, ha pedido perdón y ha intentado compensar sus errores, pero aquél primer crimen nunca ha sido para él un error, al igual que nunca creyó que lo fuera el hurto de un par de galletas porque su hermano no sufriera más hambre, y al igual que todos podemos entender al niño que, por amor a su hermana, mató enfurecido a golpes al peligroso perro. Cada una de las muertes que infligió Eko a los matones y narcotraficantes de su pueblo ¿no podía considerarse obra de la furia vengadora del Eko adolescente que, a pesar de haberse convertido él en matón y narcotraficante a su vez, aún se rebelaba furioso frente a un sistema dispuesto a arrancarle la inocencia a niños como su hermano pequeño?

Eko está enfermo y cansado, le rondan visiones amenazantes de sus víctimas, y, quizás bajo el efecto de la fiebre, pero también por la implacable insistencia de la siempre acechante y falsa imagen de su hermano, se siente forzado a arrodillarse y confesar sus pecados. Los muertos parece que van a seguir siempre clamando a su conciencia, como una terrible pesadilla que nunca termina, y de pronto nuestro protagonista se rebela. No va a pedir perdón nunca más, se le dio una vida en condiciones muy difíciles e hizo con ella lo que pudo, por lo tanto, lo hecho hecho está. La respuesta del justiciero monstruo no se hace esperar, tras la inesperada y fría respuesta de Yemi, una ingente masa de inquietante humo negro se encarga de moler a golpes, contra los árboles y el suelo, al insolente nigeriano. Éste, como devoto cristiano, ha rezado su oración preferida encomendándose al Señor antes de ser sometido a semejante suplicio, y, aunque siendo un personaje de ficción es irrelevante plantearse si Dios va a acogerle amoroso en sus brazos, lo que sí nos indica el episodio es que Eko de alguna forma tras su muerte vuelve a unirse con su hermano, y no en la forma de dos personas destrozadas por sus respectivos desdichados destinos, sino recuperando la hermosa inocencia y el entrañable afecto que vivieron cuando niños y, que a pesar de los opuestos caminos que tomaron –tan dolorosamente enfrentados–, siempre estuvo vivo en ellos hasta límites heroicamente suprahumanos.

La historia de Eko es tan impresionante que deja en un plano muy secundario las preocupaciones y exploraciones de Locke y Sayid, los intentos de Desmond de encajar en este nuevo grupo, los enojosos dimes y diretes de Nikki y Paulo, y las breves peripecias de Charlie y Hurley durante este episodio. Sin embargo cada una de las apariciones de los misteriosos ‘otros’ habitantes de la isla no deja de suscitar un enorme interés, ya sea la breve aparición en una pantalla de un rostro desconocido con un parche en un ojo, o el enrevesadísimo enfrentamiento de Jack con el maestro manipulador que es Ben y con la intrigante Juliet.

Ben había forjado un intricado plan para inculcar a Jack que ‘quisiera’ operarle el tumor de su columna vertebral sin casi tener que pedírselo. Extraña manera de abordar la ayuda médica de un especialista cuando se padece una enfermedad terminal terriblemente agresiva. Su plan se ve, sin embargo, frustrado por culpa –¿voluntaria o involuntaria?– de Juliet, que dejó al alcance del doctor unas reveladoras radiografías. Jack descubre por sí mismo el resto del enigma (y eso que dice que no le van los misterios) y no duda en hurgar en la herida de su hasta entonces inescrutable carcelero. Como no es posible descifrar a Ben no parece factible adivinar si es mínimamente sincero su alegato de que Dios debe existir, puesto que le envió desde el cielo el especialista cirujano que justo necesitaba sólo un par de días después de conocer su diagnóstico. Si este hombre, como es de suponer, está asustado por la enfermedad que padece, le repulsa sobre todo tener que someterse al poder de un extraño, tener que perder el omnímodo control que le gusta ejercer sobre todos los que le rodean, aunque sólo sea unas horas, para yacer bajo el bisturí de alguien que no acepta su autoridad. Por esa razón probablemente ha ideado su enrevesado plan, tratando de dejar bien atados todos los cabos que le aseguren la paradoja de mantenerse en el poder aún mientras esté indefenso, demostrándonos hasta qué punto Ben Linus es incapaz de confiar en un semejante sin toda la estructura manipuladora a la que está acostumbrado. Jack no tenía por qué convertirse en su enemigo, Ben podría haber optado por acudir a él como cualquier paciente, confiando meramente en su buena voluntad y en su juramento hipocrático. Pero sea por la enmarañada psique de Ben, o por una hipotética situación de los ‘otros’ en la isla que haga necesaria semejante artimaña, el ex-prisionero del búnler, aún mortalmente enfermo, ha ideado todo tipo de engaños y sufrido todo tipo de penalidades, antes de confesar finalmente a su médico el mal que padece, y aún esto forzado por las circunstancias.

No es de extrañar que semejante comportamiento haya despertado susceptibilidades incluso entre algunas personas de su propio bando. Pero es Juliet la que, a pesar de que sus diferencias con Ben nos habían sido bastante claramente anunciadas, consigue sorprendernos de nuevo con un ejercicio impecable de comunicación cruzada, en el que hace llegar a su prisionero al mismo tiempo una sentida petición a favor de que salve la vida a su venerado líder y la totalmente contraria invitación a asesinarle impunemente mientras le opera. La perplejidad en que dicha escena sume a Jack es fácilmente comprensible.

Parémonos un momento a intentar entender lo que está viviendo nuestro sufrido doctor: él sabe operar tumores en la columna y se siente obligado a hacerlo para cualquier ser humano que lo necesite, pero he aquí que la persona afectada por el tumor le tiene preso sometiéndole a un extraño juego psicológico. Por otro lado la persona con la que más directamente trata en su celda, le dice al mismo tiempo que el enfermo es un gran hombre que merece vivir y que es un terrible mentiroso al que debe matar. Jack realmente es libre ante esta opción, nadie puede verdaderamente obligarle a operar. Aunque le den todo el material y pongan a Ben en la camilla ante él, el cirujano puede optar por operar buscando la salud del paciente, o sin que nadie se entere, hacer algo que le mate, sobre todo si la única persona aparte de él que tiene formación médica en la pequeña isla en la que se encuentran aboga convencida por esta solución alternativa. La disyuntiva que se le presenta es radical: salvar o matar al líder de los “otros”, considerando que por una parte es un médico muy comprometido con su profesión y por otra es prisionero de esta gente y responsable de todo un grupo de personas amenazadas por la animadversión de estos extraños vecinos. Este dilema de Jack junto con el escalofriante aviso del moribundo Eko (“vosotros sois los siguientes”) dejan en ascuas al espectador a la espera del siguiente capítulo de “Perdidos”.


Pistas para adentrarnos en los entresijos de estos temas:

- Las circunstancias en las que ha vivido Eko hacen muy difícil discernir entre el bien y el mal, por lo inextricablemente mezclados que se hallan. Ya lo veíamos en nuestro comentario al episodio 2.10, en el que el propio Eko echa en cara a su hermano que en el mundo real el bien y el mal nunca están tan separados. El caso Emeka que se nos presenta en este episodio es especialmente oscuro. Este matón y sus hombres estaban extorsionando a la misión católica del pueblo, llevándose gran parte de las vacunas para el mercado negro. Pero la misma Amina, fiel devota de la iglesia y enfermera del precario centro médico de la misión, entiende que era un buen acuerdo, con el cual podían mantenerse en paz y retener algunas de las necesarias vacunas para su gente. Por supuesto que desde fuera el acuerdo parece un injustísimo chanchullo, lo que en principio suscita nuestra aprobación de que Eko, acostumbrado a no ceder ante nadie, plante cara ante Emeka. Pero para nuestra desilusión poco después descubrimos que el falso sacerdote había planeado obtener él mismo un beneficio de esas vacunas que quería alejar de las manos del matón. Este dato le hace culpable de querer aprovecharse de los pobres de la misión de Yemi, mientras que el sangriento ataque a Emeka y a los suyos (si bien impropio de un sacerdote, sobre todo en el interior de una iglesia) no deja de ser en legítima defensa (aunque a Emeka, una vez vencido, debería haberle perdonado la vida y enviado a prisión, si es que eso era factible en su pueblo). Tanto Amina como Daniel están enormemente escandalizados con la forma de actuar de este supuesto sacerdote, pues Eko ha actuado mirando por sus propios intereses y de una manera criminal. Será sin embargo el juicio de estas dos personas lo que más le duela, y probablemente sirva de semilla a su posterior conversión. No olvidará nunca sus palabras, el inocente “¿es usted un hombre malo?” del joven monaguillo y el “debe a Dios muchas vidas y a Yemi una iglesia” de la mujer que una vez creyó que él era tan buena persona como su hermano.

El mal anda siempre mezclado con el bien, tanto en el pueblo más pequeño de África como en la ciudad más industrializada de Occidente, pero esto no puede ser nunca excusa suficiente. Es necesario intentar una y otra vez discernir y buscar la opción mejor, aunque sólo sea la menos mala. Amina alaba la gestión de Yemi que tras mucho esfuerzo había logrado una especie de solución a la situación. Aparentemente inflexible en su moralidad, Yemi se esfuerza una y otra vez, de forma totalmente altruista por ayudar a todos, pero también sabe ceder si es necesario, soportar una cierta injusticia por defender un bien mayor. La situación a la que lleva este tipo de extorsiones es muy complicada, pero moralmente no le van a la zaga los intrincados tejemanejes de políticos, economistas y grandes multinacionales que defienden ciegamente sus propios intereses caiga quien caiga, o los de pequeños empresarios o trabajadores de nuestras ciudades que trampean aquí y allá en sus compromisos por obtener algún beneficio extra. La confusión extrema entre el bien y el mal ocurre por doquier, pero esa es realmente la batalla más importante a librar en nuestra realidad. Empeñarse en desenmascarar el mal y tener claras sus formas más ladinas de actuar es la tarea estratégica más necesaria en esta batalla milenaria de la humanidad. Todos tendremos que comprometer alguna vez nuestros principios ante una situación imposible, pero los verdaderos héroes de cada época y lugar, son los que no dejan de señalar cuál es el verdadero mal sin permitirle esconderse en un relativismo indiscernible.

- Nos hubiera gustado ver a Eko resolviendo con su fortaleza física y su total ausencia de miedo la injusta situación impuesta por Emeka en la pequeña misión nigeriana. Pero no ha sido así, los guionistas han optado por mostrarnos que Eko a estas alturas seguía siendo el delincuente en el que sus raptores le habían convertido. En este episodio aunque mueran algunos de los malos el verdadero mal no se ha desarraigado: la codicia de los señores de la guerra, de la que el mismo Eko es prisionero, seguirá extorsionando a los pobres, y la única victoria (aparte de la espectacular batalla contra Emeka en la iglesia, que queda totalmente desaprobada) será la de Eko sobre sí mismo a la que Amina contribuye invitándole a arrepentirse. Esta joven valiente junto con el padre Yemi son los verdaderos héroes de esta historia, y son ellos los que realmente consiguen, a largo plazo, salvar a nuestro protagonista y no viceversa.

Eko pertenece al grupo de los extorsionadores. En las malas compañías en las que se ha movido desde que le raptaron ha tenido que pagar un alto precio por vivir, por sobrevivir: la idea de que la vida del otro no vale absolutamente nada si se trata de salvar la mía, la total corrupción de la conciencia y de la capacidad de compasión. El amor de Eko por Yemi, y específicamente el de Yemi por Eko, permite que éste, llegado el momento, pueda invertir el proceso y volver a respetar y valorar las vidas ajenas, incluso las de personas que le atacan, pero parece que nunca pudo llegar a valorar la vida del pobre anciano al que sacrificó por su hermano y es la falta de arrepentimiento por este hecho la que, en la extraña isla a donde fue a parar, finalmente le costó la vida.
Amparo