miércoles, 7 de abril de 2010

6.9. Ab aeterno (Desde la eternidad)

Durante la nocturna reunión aclaratoria del partido jacobino en la playa, Ilana recuerda perfectamente que su mentor le pidió que protegiera a los seis candidatos restantes y que, según él, tras llevarlos al templo Richard le indicaría lo que debía hacer. Dado que el templo ha dejado de ser un sitio seguro, sólo le queda este misterioso personaje a quien recurrir para continuar con su importante tarea, pero no esperaba que el inmortal consejero estuviera pasando por una fuerte crisis de sentido con respecto a su lealtad a Jacob. Para entender mejor la crisis de este personaje la serie nos remonta a unos 140 años atrás, al inicio de la cadena de acontecimientos que finalmente le hicieron dar con sus huesos en la isla.

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Ricardo es un pobre agricultor tinerfeño angustiado por la terrible enfermedad que padece su mujer Isabel (probablemente tuberculosis). En una lluviosa noche acude al único médico que le podría ayudar, si no fuera porque este señor, bien acomodado, no tiene ningún interés en alejarse de su calentita chimenea en semejante noche de perros, y menos por unos pobretones que no pueden pagar ni lo que vale la medicación. El agobiado campesino, sabiendo que su mujer necesita urgente atención médica zarandea al egoísta doctor, con tan mala suerte que lo mata accidentalmente. Del lance ha sido testigo un criado, quien venía con unas mantas por orden de su amo para limpiar el suelo, pero Ricardo demuestra ser más inocente que otro personaje en similares circunstancias (Michael disparó a Libby a través de sus mantas para que no dijera nada de la muerte de Ana, aunque quizás reaccionó por sorpresa sin sopesar demasiado la situación). El amante marido recoge la medicina y parte sin tardar al galope para su cabaña, donde no encuentra ya sino el cadáver de la que fue su mujer. Destrozado, por haberla perdido así, aunque él había prometido salvarla, apenas puede recordar la promesa de Isabel de que a pesar de todo siempre estarían juntos, mientras se aferra a una cadena con su crucifijo, único objeto físico que conservará por un tiempo como recuerdo de su amada.

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Minutos después, aquella misma desgraciada noche, acuden las autoridades a prenderle por asesinato, tras lo cual le espera la cárcel y la pena de muerte. Un sacerdote acude a su celda a oírle en confesión, sorprendiéndole encontrarse con que el preso lee devotamente una Biblia en inglés (las páginas de la misma muestran el pasaje de Lucas 4 en el que Jesús resiste en el desierto las tentaciones del diablo, útil lectura para quien tendrá que lidiar con tentadores personajes diabólicos poco tiempo después). Pero más llevado por sus propios intereses que por la misericordia del Señor, el siniestro cura rehúsa absolver a Ricardo por su homicidio (del que se encuentra totalmente arrepentido, y que realmente no fue más que una muerte accidental), aunque en su codicia acaba salvando la vida de este pobre preso, ya que en lugar de llevarlo a la horca lo vende como esclavo a un comerciante inglés (quien al parecer buscaba esclavos que dominaran su idioma). Ricardo pasa así a ser encadenado en las bodegas del Black Rock (bajo el mando del capitán Magnus Hanso) junto con otros desgraciados prisioneros, en ruta hacia el Nuevo Mundo (donde él había soñado instalarse junto a su mujer, razón por la que ambos habían aprendido el nuevo idioma). Pero el barco es sorprendido en medio del mar por una impresionante tormenta, de modo que, lanzado por una ola gigante contra la isla de nuestros perdidos (en una época en la que sólo estaba habitada por Jacob y su enemigo), aterriza milagrosamente intacto en medio de la selva, no sin antes haberse visto impelido contra la imponente estatua egipcia que dominaba la costa.

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Tenemos que interrumpir aquí la narración para comentar algunos asuntos. En primer lugar, el hecho de que los restos de Magnus Hanso descansaban en la isla junto al Black Rock era ya un dato conocido para los fans de la serie, pues aparece escrito en el mapa oculto que vio Locke en la puerta del Cisne (obra de Kelvin y Radzinsky). Además, cuando se subastó en Londres el diario de a bordo de este barco, se mencionó que había permanecido muchos años en poder de la familia de Tovard Hanso (un diario que finalmente compró Charles Widmore). De este modo queda relacionada la familia Hanso con la isla, siendo el industrial Alvar Hanso (nacido en 1894) uno de los fundadores de la Iniciativa Dharma en los años 70 (se dio mucha información sobre todo esto durante ‘The Lost Experience’ en verano de 2006). Los datos que se dan del barco durante la subasta (que partió de Postmouth en 1845 hacia Siam, desapareciendo luego en el mar, de modo que el diario fue encontrado en una isla de piratas junto a Madagascar en 1852), no contradicen directamente los datos del viaje de Ricardo. Tendremos que suponer que tras darse por desaparecido el barco, Magnus se dedicó a negocios oscuros (como el tráfico de esclavos), de modo que en 1867 andaba por Tenerife y se dirigía al Nuevo Mundo. Dato que parece indicar un viaje por el Atlántico, pero algún fan ha supuesto que por aquella fechas bien podría significar un viaje a Australia, pues era cuando este país estaba siendo colonizado y resultaba mucho más prometedor como destino para entonces que la ya bien establecida América. De todos modos, dada la movilidad de nuestra isla, este dato resulta bastante poco relevante. Otro asunto es la poca verosimilitud de que Ricardo e Isabel, pobres campesinos tinerfeños, aprendieran inglés por su cuenta en aquella época. Puesto que no se ha informado mucho al respecto podemos suponer lo que queramos, por ejemplo que algún viajante inglés por las islas afortunadas les dio la Biblia y algún otro material más didáctico.

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Finalmente, resulta también bastante increíble el hecho de que la ola gigante que arrastró al barco hacia la isla destrozara la estatua (hecha probablemente de piedra) y sin embargo el barco pudiera aterrizar en la selva más o menos sano y salvo (esto sin mencionar que Jacob y su enemigo habían visto supuestamente a este mismo barco desde la costa en un día soleado). Una terrible tormenta tropical causada por un huracán, o un poderoso tsunami pueden explicar la ola gigante y su poder destructor contra la estatua. Y teniendo en cuenta que Jacob admite ser el causante de la llegada del barco a la isla (ya sabemos que ésta no es accesible sino en ciertas ‘ventanas’, y acercándose con un cierto rumbo), no parece muy desacertado suponer que él ayudó a que el barco no se descalabrara del todo en su caída, ni que su inestable cargamento de dinamita explotara (de hecho los supervivientes del vuelo 815, que cayó en picado sobre la isla, requirieron de una similar protección especial de Jacob). Y puesto que desconocemos el verdadero alcance de los poderes especiales de este personaje, y hasta sus gustos, no podemos explicar por qué permitió entonces que la isla le desbaratara tan totalmente la estatua que le servía de casa. De hecho se salvó precisamente el pie de la misma, donde estaba la sala que él habitaba. Lo que de ningún modo se puede interpretar es que el barquito de madera rompiera la estatua de piedra en su choque. Fueron más bien las fuerzas desatadas de la naturaleza las que acabaron con la imagen de Taweret, cuyos trozos vemos luego esparcidos por el agua y la playa, en las escenas que narran el encuentro entre Ricardo y Jacob.

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Y volvamos de nuevo a nuestra historia. La catástrofe sufrida por el Black Rock deja a varios supervivientes, cinco oficiales y tres prisioneros, habiendo muerto entre otros el capitán Hanso (¡qué se le va a hacer! Jacob no es todopoderoso, también se le murió un buen montón de gente del Oceanic 815). Pero además de que, por la propia maldad de la gente (postura que defiende Anti-Jacob), un oficial (Jonas Whitfield, es el nombre que dan a este personaje los créditos oficiales del episodio) se carga inmisericordemente a dos de los prisioneros, el Humo Negro, incansable justiciero, no tarda en aparecer para asesinar al resto del personal. Se ve que, una vez queda demostrado que son malos (suponemos que todos los oficiales acordaron entre sí dar muerte a los presos), se siente libre de acabar con ellos a su antojo. Eso cuando está Jacob, porque si no está (como hemos visto), se carga a quien quiere simplemente porque no esté de su lado (con la excusa de que si no le van a matar a él, ¡como si fuera tan fácil!) Respeta sin embargo la vida de uno de los prisioneros, tras examinarle concienzudamente con sus flashes (ya sabemos que de ese modo explora las memorias del pasado de sus examinados), quizás porque comprende que si se dedica a matar siempre a todos los supervivientes no va a tener quien le ayude a terminar con Jacob. El hecho de que elija dejar vivir a una persona inocente (asegurándose bien de ello con su escrutinio) probablemente tenga que ver con esa especie de apuesta que tiene con su adversario, para demostrarse uno a otro si todos los hombres son corrompibles o si algunos pueden resistirse eficazmente a toda tentación (ya que en principio pensaríamos que para la tarea de matar a Jacob el malvado del Jonas ese le habría venido que ni pintado).

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Una vez seleccionado su instrumento, el siniestro Hombre de Negro se trabaja el material por un tiempo. Primero le deja encadenado, sometido a la terrible tortura del hambre y la sed, sazonada con el fétido olor de los cadáveres de sus compañeros, y a la angustia de esperar una horrible muerte por inanición en la tenebrosa bodega del barco. Después, para asegurarse de que entiende las cosas como a él le conviene, se pasa a hacerle una visita con la forma de Isabel, para comunicarle que está muerto y en el infierno, fingiendo después que la mujer es capturada, y por eso entre otras cosas no vuelve a visitarle de nuevo. Cuando finalmente se presenta ante Ricardo como el misterioso Hombre de Negro (ese primer toque afectuoso con su mano nos hubiera parecido el salvador toque de Jacob, de no ser por el delatador color oscuro de su manga), le da de beber y abre sus cadenas con la llave (sustraída hace días a los cadáveres de los oficiales), ofreciéndole después un opíparo banquete de jabalí asado. Pero no sin haberle hecho prometer antes que haría todo lo que le pidiera, es decir, matar a Jacob. Para ello (en escena totalmente paralela a la de Dogen instruyendo a Sayid para matar a Smocke) le ofrece una daga y le dice que no deje a su víctima ni abrir la boca antes de atacarle. Richard se resiste a cometer un nuevo asesinato (bastante le pesa aún en la conciencia la accidental muerte del doctor de su pueblo), pero como le dicen que se trata del diablo (el actor de Jacob, Mark Pellegrino, hace del mismísimo Lucifer en la serie “Sobrenatural”) y sobre todo, que es la única forma de recuperar a su mujer (la misma promesa que Smocke le hizo a Sayid), decide fiarse de él (aún no me puedo creer que pudiera hacerle caso tras enterarse de que era el Humo Negro, pero también es verdad que el monstruo le salvó de la muerte al cargarse ante sus narices a Jonas).

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El encuentro con Jacob nos revela que por aquellas fechas éste estaba mucho menos dispuesto a rendirse ante la muerte que cuando le atacó Ben mucho más tarde. Jacob desarma violentamente a Richard en una pelea y después le sumerge repetidas veces en las aguas del océano para convencerle de que sus ganas de vivir desdicen que esté verdaderamente muerto. La inmersión en las aguas parece simbolizar un nuevo bautismo, que, si bien (según indica después Jacob), no consigue absolverle de sus pecados, sí parece contribuir a la ‘conversión’ del buen tinerfeño al partido blanco (de todas formas su ‘blanco bautizador’ le da a entender que al llegar a la isla cada uno puede olvidarse de su pasado, cual tabula rasa; en este sentido la experiencia de Ricardo es similar a la de Kate: en el accidente de su barco o avión ambos encontraron finalmente la libertad con respecto a sus captores, aunque ciertamente a ella le resultó un tanto más fácil librarse de sus esposas que a él de sus cadenas). Discutiendo tras el chapuzón lo que el Hombre de Negro había pretendido hacer, Ricardo aboga por una mayor intervención de Jacob en las vidas de las personas que atrae a la isla, si no quiere que prevalezca la influencia de su adversario, idea que el misterioso personaje sopesa por un momento, de modo que decide emplear al buen español como su intermediario. A cambio, le ofrece un don sobrenatural, no devolverle a su mujer ni absolverle de sus pecados (ambos fuera de su alcance), sino alejarle lo más posible del infierno (al que Ricardo se cree irremisiblemente abocado) confiriéndole una cierta inmortalidad: el toque de Jacob le concede no envejecer ni poder morir por su propia mano.

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Hemos visto a Ricardo acudir angustiado a un doctor y a un cura, resultando ambas personas unos egoístas poco dispuestos a ayudar al pobre desgraciado. Después ha pedido a Jonas ser liberado de sus cadenas junto a sus compañeros de prisión, cuando éste (con el corazón totalmente endurecido) había decidido apuñalarlos. Ha sido Anti-Jacob el primero que le ha prestado ayuda, aunque no de forma desinteresada, y finalmente Jacob, tras darle una buena paliza y casi ahogarlo, le ofrece generosamente una manta (algo que el doctor no se dignó considerar siquiera cuando llegó empapado) y un poco de vino, por no hablar del generoso don sobrenatural con que acaba de obsequiarlo. Jacob quiere además que le lleve una piedra blanca a su enemigo, parece que como señal de la victoria que el comportamiento de Ricardo supone para él en el juego que se traen entre ambos. A cambio, el Hombre de Negro, reiterando su oferta de devolverle a su mujer si se cambia de bando (cuando un día le parezca bien) le retorna el crucifijo de Isabel, que había recogido para él tras el naufragio. ¿Reconoce nuestro héroe en esta querida joya una diabólica tentación?... el caso es que la entierra, tras besarla, enterrando con ella (¿para siempre?) la tentadora opción, por si acaso...

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El paso de 140 años no ha cambiado mucho el aspecto de Ricardo (llamado ahora Richard por haber convivido durante tanto tiempo con personas anglófonas, mientras que probablemente eligió el apellido Alpert al tener que hacerse con documentación para poder salir a la civilización en misiones de reclutamiento), pero sí ha cambiado la isla (ha crecido un hermoso árbol junto al crucifijo que enterró) y, sobre todo, la situación y el propio corazón del anciano (en edad, no en apariencia) español. La muerte de Jacob ha vaciado de significado todo aquello para lo que este hombre ha vivido tan largos años, y ahora, más que nunca, echa de menos a su mujer, sintiéndose como siempre culpable de haberla abandonado en su lecho de muerte, pero también de haber renunciado a la oferta de Anti-Jacob para volverla a ver, por lo que –desenterrando la cruz– grita a los cuatro vientos que está dispuesto a reunirse con él. Sin embargo, Isabel, que –como prometió– nunca se ha alejado mucho de su amado, ha encontrado finalmente la manera de comunicarle su cariño y cercanía para que pueda alcanzar la necesaria paz. El bueno de Hurley se presta como ‘médium’ al sobrenatural encuentro, añadiendo un mensaje final: Richard debe impedir que Smocke escape de la isla, por que si no un verdadero infierno les aguarda a todos ellos.

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No sabemos si el propio Smocke ha oído este mensaje mientras acudía a la llamada del inmortal Alpert, pero ciertamente se percata de que esta importante pieza del juego ha vuelto a escapársele de las manos. Sus memorias le traen entonces de nuevo el recuerdo de la piedra blanca, signo de aquella –al parecer inalterable– victoria de Jacob sobre el ánimo de Ricardo, y también de la botella de vino que su insigne enemigo le trajo como consuelo poco después. Qué poco le gustaba lo que ésta simbolizaba (el inescapable encierro de una sustancia maligna, contenida por un tapón de corcho –la isla– que Jacob y sus sucesores se encargan ab aeterno de vigilar), por lo que recuerda, más decidido aún que entonces a cumplirlo, su profético gesto de rebeldía: hacer estallar con toda su fuerza la aprisionante botella, para dejar escapar su rojo y embriagante líquido por doquier.

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El mal, encerrado durante tantísimo tiempo en la botella, consideraría con razón su encierro un infierno y un diablo a su guardián, pero el destino de este guardián (del futuro candidato) es igualmente ingrato: sometido durante siglos en soledad a una enorme responsabilidad ante el mundo y a la constante presión que ejerce el mal por escapar. Uno casi entiende que Jacob se distrajera un poco trayendo visitantes a la isla, aparte de que su oficio le exigía encontrar y preparar al heredero adecuado, por si su enemigo daba con el temido resquicio que le permitiera finalmente ganar la partida e intentar escapar.

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