domingo, 4 de abril de 2010

6.7. Dr. Linus

Un paciente profesor de Historia Europea trata de explicar a sus alumnos la situación anímica de Napoleón durante su destierro en la isla de Elba: lo peor de su exilio fue la pérdida de poder, tan devastadora que casi preferiría estar muerto. Pero, aunque demuestra conocer bien el alma de los poderosos (quizás por sus experiencias en alguna otra dimensión), el humilde Dr. Linus sólo se atreve a quejarse con sus compañeros ante las injustas imposiciones del director de su instituto, el señor Reynolds. Hasta que un extraño profesor nuevo, que realiza una sustitución, le insta a iniciar su propia campaña para reemplazar al director. John Locke, desde su silla de ruedas (demostrando tener más presencia de ánimo que el propio Ben, a pesar de su discapacidad), le anima a confiar en ese instinto suyo de poder, dado que su objetivo es bastante loable: conseguir que el centro educativo se oriente sobre todo a atender como conviene a sus estudiantes.
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De momento Ben debe obedecer a su superior y hacerse cargo de los castigados en vez de acudir a su club de Historia, donde profundiza en dicha asignatura con sus alumnos favoritos. Ya en casa, tras contemplar unos segundos su rostro desanimado en el reflejo del microondas, lamenta junto a su anciano padre que su brillante carrera académica se tenga que desperdiciar con los alumnos más indisciplinados, hasta que una llamada a la puerta le devuelve toda su alegría: la brillante Alex requiere de su tutoría para preparar un examen...
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Roger Linus debería alegrarse de haber podido alcanzar tan avanzada edad y de que su propio hijo le atienda tan servicialmente, en vez de desear haber seguido en sus tiempos jóvenes con la Iniciativa Dharma. Si se hubieran quedado en la isla, en lugar de cambiarle como ahora solícito su botella de oxígeno, el resentido fruto de sus entrañas no hubiera dudado en abrir para él una botella de gas venenoso en su furgoneta azul, cometiendo parricidio el propio día de sus cumpleaños (aniversario del día en que murió su madre). Y en aquella maldita isla, Ben habría llegado también a sufrir el peor de sus tormentos: ver morir ante él a su querida hija Alex, asesinada, tras haber declarado en su presencia que ella no le importaba nada, y sentirse culpable por el resto de sus días de no haber renunciado a tiempo a la isla por salvarla.
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Y es esta otra versión de Ben Linus, nuestro Ben de siempre, el que se encuentra viviendo uno de los momentos más aciagos de su existencia cuando, la noche del sangriento ataque del Humo Negro, logra salir del templo con vida y vaga totalmente desorientado por la selva hasta encontrarse con los que escaparon por la salida secreta. Ilana, Frank, Miles y Sun le permiten acompañarles hasta el campamento de la playa, a pesar de haber descubierto el gran secreto que tortura a este hombre (extraído por Miles de las cenizas de Jacob que tan reverentemente ha guardado Ilana). Tras pasar media vida obedeciendo fielmente al misterioso señor de la isla, Ben se ha convertido en su asesino. Y por eso nada tiene ya sentido para él, entiende que todo lo ha hecho mal y no sabe para qué seguir viviendo, pero tampoco Ilana, que consideraba a Jacob como a un padre, tiene pinta de querer perdonarle.
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Frente al sentimiento de desazón de x-Ben, porque el enorme esfuerzo de su doctorado parecía haber sido totalmente inútil (sentimiento que se disipa en cuanto ve a su querida alumna), tenemos la desesperación total de la versión isleña de este hombre. Ha perdido todo su poder sobre la isla (lo cual ya de por sí lo mata, como a Napoleón), pero además lleva en su conciencia la muerte de su hija, hecho que, aunque algo tardíamente, le ha hecho reconocer que ella era lo único que verdaderamente le importaba. Sin embargo, el último episodio de la serie dedicado a este personaje (suponemos), quiere además hacernos reflexionar sobe su pesar por la muerte de Jacob. Han sido muchos años obedeciendo unas órdenes que no comprendía, pero creyendo con ciega fe que Jacob era verdaderamente el que tenía las respuestas, quien sabía siempre lo que había que hacer y el fundamento de que su postura ante los diversos conflictos de la isla pudiera ser considerada una y otra vez la los ‘buenos’. Ben asegura que en el fondo su defensa de este bando, incluso hasta arriesgar la vida de Alex, la ha hecho siempre en nombre de Jacob. Y sin embargo, él nunca se dignó siquiera a recibirle o a hablarle, ni mucho menos a reconocer o agradecer sus servicios. Recordemos la escena tremendamente emotiva en la que Ben, moviendo la rueda congelada, decide finalmente auto-desterrarse de la isla, esperando que Jacob pudiera al fin estar contento con él. Pero su silencioso líder sigue sin decir nada, y parece en cambio haber seleccionado a Locke por encima de él, permitiéndole oír su voz en la cabaña (¿era esa la voz de Jacob?) y visitarle en su estatua (esta vez es Locke el que no era verdaderamente él, pero eso no lo sabe Ben). Incitado por el falso John, el resentido ex-jefe de los Otros hunde su cuchillo en el pecho del misterioso desconocido, cuando este se niega a darle ninguna explicación, y se estremece hasta los tuétanos al verle morir tan pacíficamente entre sus brazos.
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Ben ya sí que no entiende nada, y menos cuando ve que Locke se transforma en Smokey a continuación. Pero Miles (aparte de desvelar a los demás su secreto) le revela que Jacob había tenido la esperanza de que Linus, en aquel momento supremo, hubiera reaccionado de una manera diferente. Y tras descubrir cómo le había decepcionado, el recuerdo de semejante magnicidio le pesa mucho más enormemente en su interior. Él siempre había querido ser fiel a Jacob y odiaba haber servido de simple instrumento manipulado por su enemigo. Sus ingentes ansias de poder y de reconocimiento le habían traicionado finalmente hasta causar la muerte de Alex y después la de Jacob, las dos personas en las que fundamentaba su existencia. ¿Cómo poder perdonarse a sí mismo tras haber caído tan bajo?
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Sólo Smocke parece preocuparse todavía por él, al menos viene a visitarle y le facilita las cosas para librarse de Ilana. A Ben se le cae el corazón a los pies sopesando la posibilidad de pasarse al bando del terrorífico Humo, quien no duda en prometerle lo que siempre más ha querido (el poder sobre la isla), aunque él sabe muy bien que si le ofrece esto es meramente para poder de nuevo manipularle. Pero es que Ilana está sólo esperando a que acabe de cavar su tumba para matarle, por lo que Ben corre, ay de él, como alma que lleva el diablo... precisamente cuando ya no le queda otra opción en la vida que morir o entregarse a este mismo diablo.
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Y cuando finalmente se vuelve hacia Ilana con un arma en la mano, nuestro protagonista entiende muy bien a esta mujer, ella ha perdido al hombre que amó como a un padre, mientras que él ha perdido a la que quiso como a su propia hija. Y recordemos que Ben no sólo rebanó el cuello a Keamy por ello (a pesar de que eso suponía la muerte de mucha otra gente), sino que también ha rebuscado por el mundo a Penny Widmore para vengarse en ella ante su padre (como responsable último de la muerte que tanto le duele), aunque el pequeño Charlie Hume salvó a su madre al hacerle dudar unos momentos. Y sin embargo, aunque comprende muy bien las ansias vengativas de Ilana, aunque entiende que ha caído irremisiblemente en desgracia con el bando de los buenos, en vez de dispararla (en una escena que recuerda al desencuentro entre Sayid y Ana-Lucía tras la muerte de Shannon) no resiste la urgencia de abrir su corazón ante esta mujer tan dolida y decirle que está verdaderamente arrepentido, que preferiría no haberlo hecho, pero que el dolor por la pérdida de Alex, y el pensar que a Jacob su sacrificio no le había importado nada, le había hecho perder la cabeza.
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E Ilana, sorprendentemente, le comprende. Quizás ella sabía bien cuán misterioso podía llegar a ser Jacob, cuán inescrutable. El líder de la isla sabía ser muy generoso con sus dones pero también, aunque siempre pedía las cosas ofreciendo la opción de aceptar o negarse, sus demandas habían sido siempre incomprensibles y tremendamente duras. Ella había llegado a amarlo profundamente, pero podía entender que alguien sufriera en sus entrañas el impenetrable silencio en el que solía sumirse este personaje. Desgarrada por su dolor, sabiendo que el magnicida Ben es poco de fiar por su tendencia a mentir y a manipular en todo lo que dice y hace, se decide a aceptarle en su grupo, a darle una nueva oportunidad, a robarle esta pieza al enemigo (que creía que se lo habían puesto tan fácil). Como buena hija de su padre (adoptivo) consigue perdonar a quien la dejó huérfana (¿perdonó alguna vez Alex del todo a quien la crió, pero a quien odiaba por sus crueles métodos?) La muchacha decide aceptar en sus filas a uno de los fieles siervos de Jacob por muchos años, aunque caído en un momento de suma debilidad. Si Jacob respetaba siempre la libre voluntad, ella va a respetar la voluntad de Ben de volver al redil, por lo que nuestro pobre Linus, recibe al fin en la generosidad de ella el perdón y reconocimiento de Jacob que tanto había añorado.
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Ilana ha perdido a su mentor y guía, pero no ha perdido la confianza en el buen fin de su misión. Se le ha pedido que proteja a los candidatos y, ahí está, haciendo de tripas corazón, para poder hacer frente dignamente a la gran batalla contra el adversario. Pero en Richard encontramos otro miembro del partido jacobiano que, tras la muerte de su líder, está hecho un verdadero lío. Terriblemente asustado por las intenciones del Humo Negro, alojado en el cuerpo de Locke, entiende que nada de lo que ha pasado con Jacob tiene ningún sentido ni ha merecido la pena después de todo. ¿Cómo pudo su sabio y generoso líder caer en la trampa de Smocke y dejarse matar tan sencillamente? ¿Qué es toda esa jerga de los candidatos? ¿Por qué le mantuvo siempre en la oscuridad, a él que había sido su fiel servidor por muchísimos años? Y sobre todo ¿qué sentido tenía seguir viviendo indefinidamente (según el don que le concedió Jacob) si no había ningún plan importante, ningún sentido al que dedicar esa prolongada vida?
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Richard no puede matarse a sí mismo (como tampoco pudo Michael tras varios intentos, ni consiguió el barbudo Jack suicidarse en el puente) y decide guiar (engañosamente) a Jack y Hurley al Black Rock (aunque ha evitado mucho tiempo a este barco de viejos recuerdos) para pedirles que le enciendan una mecha, de modo que pueda hacer estallar para siempre su desesperación (a lo Arzt) con ayuda de la desgastada dinamita. Pero si creíamos que en el bando de las piezas blancas todo era confusión (tras la mortal jugada en el templo de las negras), nos encontramos de pronto a un Jack firme en sus convicciones y dispuesto a demostrar a Richard y a quien haga falta que sigue habiendo un destino sublime para ellos, y que todo lo que pasa en esta isla tiene verdaderamente un sentido. Jacob, que al parecer le conoce muy bien, había recomendado para él una buena sesión de contemplación del océano tras la visita al faro. Y, efectivamente, Jack parece renovado interiormente. Ahora no pide vanamente respuestas al aire, sino que no duda en entrar en el juego suicida de Richard para obtener junto con él la esperada respuesta. Ninguno de ellos va a morir, porque su misión no está cumplida, porque aún tienen algo importante que hacer (como Walt le dijo a Locke cuando iba a suicidarse en la fosa de Dharma). Nuestro doctor parece haber traspasado ya el umbral de la fe que tanto deseó en su día John Locke que traspasara, para convertirse en acertado asesor y valioso candidato a la sucesión de Jacob.
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Y con esa convicción nueva en su alma, Jack guía a Richard y Hurley de vuelta al campamento de la playa. Y mientras Miles se regocija en el valiosísimo diamante que acaba de desenterrar y Frank se pregunta si tendría razón Ben con eso de que la isla finalmente le ha atraído a donde desde un principio tenía que estar, Sun corre a recibir a sus amigos con los brazos abiertos (hacía varios días que se habían desvanecido ante sus ojos al aterrizar el avión de Ajira en la Hydra). El corazón apesadumbrado de Ilana se alegra de recibir refuerzos (entre ellos a dos candidatos), mientras que Ben, en segundo plano, sin atreverse casi ni a saludar a Jack, empieza a acostumbrarse a la sensación de ser simplemente uno más del grupo, sin ningún poder reconocido, pero siendo al menos aceptado entre ellos una vez recibido el perdón por su fatídico pecado. (Qué poco adivina que, para colmo de males, su archienemigo Widmore le espía en esos momentos desde el periscopio de un submarino).
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No sabemos si esa nueva situación de Ben le infundiría finalmente un gran alivio, en vez de la terrible exasperación que según él sufrió Napoleón; el caso es que sabemos que este hombre podría haber sido más feliz si hubiera puesto sus aspiraciones en algo distinto de su enorme ambición de poder. O al menos eso parece indicarnos la realidad ‘x’. En ella, nuestro profesor de historia preferido, ante la ocasión de derrocar a Reynolds con un elaborado chantaje, renuncia humildemente a sus pretensiones con el único fin de no estropear los sueños de futuro de Alex. La felicidad de esta chica lo es todo para él, y parece contentarse con el único triunfo de mantener su club de historia, evitando tener que hacerse cargo de nuevo de los castigados. Eso sí, tendrá que pagar la ayuda prestada por su amigo Arzt al frustrado intento de chantaje, cediéndole al fastidioso profesor de ciencias su plaza de aparcamiento. Nos sorprende x-Ben por su capacidad de poner el amor a su alumna por encima del amor al poder ¿hasta qué punto se ha dado cuenta este hombrecillo de lo crucial que era esa decisión, de la enorme serie de disgustos que acaba de ahorrarse? En un mundo en el que x-Roger, x-Arzt y x-Alex viven tranquilamente, en el que hasta el bueno de x-Locke es feliz en su silla de ruedas, el sencillo profesor x-Linus ha sido capaz de renunciar conscientemente a sus aspiraciones de notoriedad para dedicarse en cuerpo y alma a enseñar historia a sus alumnos. ¿Podrá alguna vez nuestro manipulador Ben isleño ser consciente de este gran acierto de su alter ego?

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