lunes, 6 de octubre de 2008

4.1. El principio del fin

Hurley, el héroe que salvó con la furgoneta Dharma a los cautivos de la playa (3.23), no sabe cómo celebrar la buena noticia de que Jack ya ha contactado telefónicamente con la gente del carguero y que éstos están a punto de llegar para rescatarlos. Parece el principio del fin de una larga pesadilla, ¿o es acaso el principio de una pesadilla aún peor? Tras expresar su júbilo lanzándose al agua en bomba, al salir a la superficie cambia su perspectiva para empezar a captar el aspecto más oscuro del momento que están viviendo: en primer lugar en la persona de Desmond, que de regreso desde la estación Espejo no sabe cómo decirles que han perdido a Charlie. Pero eso no es todo, el amigo tan querido les ha dejado un críptico mensaje: “no es el barco de Penny” (3.23), es decir, Naomi les ha mentido, lo que constituye razón suficiente para desconfiar de la gente del carguero.

Ante la confusión que supone entre los ‘supervivientes de la playa’ (los supervivientes de la batalla contra los Otros en la playa, quiero decir) este mensaje, Hugo opta por aferrarse a las últimas palabras de Charlie y al consejo de Sayid: hay que avisar a los que están junto a la torre de radio que existe una amenaza en relación con el barco, pero no por medio del walkie-talkie, sino emprendiendo el camino hacia ellos para comunicarles en persona las fundadas sospechas. El nuevo éxodo de los ‘perdidos’ por el que unos parten del corazón de la isla hasta la playa, exultantes de alegría por la nueva esperanza de ser próximamente rescatados, y otros de la playa a la selva interior como movimiento estratégico de retirada, servirá para reunificar a las varias parejas del grupo que habían sido separadas: Sun y Rose se reencontrarán felizmente con sus maridos Jin y Bernard, mientras que Juliet y Sawyer verán de nuevo a las personas que quieren, respectivamente Jack y Kate, aunque ninguno de los dos enamorados rubiales aún tenga muy claro si es del todo correspondido. Sólo a la pobre Claire le espera, en vez del ansiado abrazo, la dura noticia de la muerte de su querido Charlie.

Pero prestemos atención a algunos extraños hechos previos a la reunificación de los dos grupos. A Hurley, una de las pocas personas que parece tener claro en estos momentos lo que hay que hacer, le sale al encuentro, como quien no quiere la cosa, la mismísima cabaña de Jacob (¿hogar también de papá Sheppard?), interponiéndose en su camino cuando se había quedado un poco rezagado. Dado el carácter marcadamente esotérico del encuentro y el historial psíquico de Hugo, éste no está muy seguro de si lo que ha visto es real o estaba solamente en su imaginación, y se encuentra por tanto poco dispuesto a compartir esta experiencia con sus compañeros. Actitud bastante entendible en un muchacho que hemos visto recelar de que sus compañeros le consideraran un loco (2.18), pero que nos ofrece un marcado contraste con el momento en el que en su flashforward le pide a un policía (el compañero de Ana Lucía, 2.8) que haga el favor de encerrarlo en el hospital psiquiátrico. Y es que al parecer las visiones no han terminado para Hugo ni aún saliendo de la isla (como quiera que sea que esto vaya a suceder). El Hurley del futuro anda desquiciado por las insistentes visitas de su amigo Charlie, que, aunque ya muerto, una y otra vez trata de nuevo de comunicarle una noticia importante (“ellos te necesitan”) por la que se supone debe tomar acción en favor de sus amigos. Pero parece ser que aún peor que los visitantes del más allá son los visitantes de carne y hueso que se pasan por Santa Rosa a echar un ojo al pobre muchacho: el intrigante Matthew Abaddon pregunta con aviesas intenciones “si aún están vivos”, mientras que un desconfiado Jack pasa de tomarse en serio (de momento) las insinuaciones de que quizás deberían volver.

Postura que nos recuerda inmediatamente a la Kate del futuro, negándose a escuchar a su barbudo y desesperado amigo que sólo quería volver a estrellarse en la isla (3.23). Se trata de la misma Kate que, según Ben, en la situación del presente isleño es la única que sabe lo que se hace (dentro del grupo que liderado por Jack había llegado a la torre de radio). Ella, como Hurley, también se separa de su grupo (en contra de los deseos de Jack, mientras que Hugo rechazaba la amable solidaridad de Sawyer), pero en este caso es porque ha decidido seguir por su cuenta y riesgo el rastro de la moribunda Naomi, por quien Minkowski pregunta una y otra vez a través del sofisticado teléfono con el cual se están comunicando con el carguero. Y si Hurley se encuentra con la cabaña de Jacob, el misterioso amo de la isla y luego con Locke, su esforzado defensor, Kate se encuentra con esta misteriosa mujer, la vanguardia de los nuevos visitantes (¿o asaltantes?), que lo último que hace antes de morir es asegurarse de que sus compañeros tengan las coordenadas adecuadas para acceder a la elusiva isla y enviar un mensaje de despedida a su hermana. Nuestros ‘perdidos’ están así, por medio de los dos representantes que en su respectiva situación están un poco más avispados –y aislados–, manteniendo contacto con ambas enigmáticas facciones, las cuales les están abocando a tomar posiciones en el tablero de juego en previsión de la partida decisiva que se avecina.

Entre dos fuerzas enfrentadas, el grupo de supervivientes tan efusivamente reunido de nuevo se separa. Con el transfondo de la cabina destrozada del avión que les trajo a la isla, la unidad de los ‘perdidos’ se resquebraja por la diferente actitud ante la visita que esperan: confianza en un inminente rescate, como parecían prometer Naomi y Minkowski y están intentando facilitar Kate y Jack, o refugio ante una siniestra amenaza, como predican Ben y Locke a partir de sus misteriosas fuentes de información y ahora también Hurley como respeto al legado de su amigo, heroicamente muerto en combate. Las diferencias entre ambas posturas se han agudizado, hasta el punto de hacer imposible la reconciliación entre las mismas, debido al letal ataque de Locke a Naomi (3.23), que Jack ha sufrido como si fuera en sus propias carnes. El doctor no está dispuesto a permitir algo semejante nunca más, por lo que de un modo bastante irracional se lanza hacia el místico John dispuesto a machacarle, tras dispararle a muerte con una pistola que afortunadamente no tenía balas.

El resto de personajes no están en principio tan claramente decantados hacia una de las dos posturas que sus dos líderes ofrecen (disponerse al encuentro amigable con los ‘rescatadores’ del carguero u ocultarse de ellos en el poblado de los Otros, circundado por la valla sónica, para defenderse) y probablemente hubieran preferido buscar una postura intermedia, suficientemente cautelosa, pero en alguna medida abierta a descubrir al menos las verdaderas intenciones de los visitantes. Sin embargo cada uno de los dos líderes está convencido de que ofrece a su gente la verdadera salvación y que el otro está tomando decisiones fatalmente inadecuadas, por lo que la división resulta ser inevitable. Finalmente se impone dejar que cada persona decida libremente a qué bando se quiere incorporar. Las decisiones se toman y los dos grupos se separan: acompañarán a Locke al poblado abandonado por los Otros Sawyer, Hurley, Claire, Aaron, Rousseau, Alex, Karl y Ben; mientras que esperarán con Jack a los del carguero Kate, Sayid, Desmond, Juliet, Sun, Jin, Bernard y Rose (los demás supervivientes anónimos se reparten igualmente).

Desde esta insidiosa separación, eco de la aún más dolorosa separación que ha supuesto la muerte de Charlie, Kate y Jack se permiten mirar hacia atrás, recordando la terrorífica experiencia vivida a causa del enigmático monstruo isleño durante su primera incursión en la isla hasta la cabina del avión (1.1). De nuevo un ruido extraño se les acerca entre la lluvia y los truenos: se trata esta vez del helicóptero enviado desde el carguero, del cual cae un paracaidista. El paralelismo invertido con el piloto que el monstruo envió por los aires (1.1) es altamente ambiguo ¿alberga esta nueva tormenta una fuerza benigna que viene a salvarles, o nos espera de nuevo una sangrienta escena producida por un inefable poder devastador? De momento, al menos el recién llegado tiene forma humana y pronuncia palabras amigables, por lo que aún es posible la esperanza.


Pistas para adentrarnos en los entresijos de estos temas:

- En este episodio se da un hecho tan tremendamente ambiguo que puede ser interpretado al mismo tiempo como la salvación última y como la perdición final de las personas implicadas. Por supuesto que no se acaba todo con salir o no de la isla (como vemos en los flashforwards), pero visto desde el punto de vista de unos náufragos a los que el resto del mundo daba por muertos (3.18-3.19), ser rescatados de la isla es la suma de todas sus esperanzas y, por supuesto, ser asesinados por los del carguero, como les augura Ben, es el colmo de la perdición. También se da la postura intermedia de los que no creen que salir de la isla sea de ningún modo una salvación, sean quienes sean los rescatadores (Locke, 3.15; Rousseau 3.23; Rose, 2.19...) Dos interpretaciones tan opuestas del mismo hecho podrían haber optado, en caso de haberse dado en un clima de profundo respeto, por escucharse mutuamente y dialogar, de manera que pudieran aprender algo la una de la otra, ya que el hecho al que se enfrentan probablemente contiene una cierta ambigüedad real, siendo posible que ofrezca tanto ventajas como inconvenientes. Pero las diferencias entre los defensores de las dos posturas se han agudizado al máximo por el ejercicio de la violencia, haciendo imposible que de momento nadie pueda tomar una vía intermedia.

Qué postura era la correcta sólo se sabrá al final: ¿era el carguero una amenaza mortal o una promesa de salvación? Si se trata de una horrible fuerza mortífera las acciones, en principio incomprensibles, de Locke (y Ben) estarían justificadas. Y esta interpretación cuenta a su favor con la también insuficiente prueba que les ofreció Charlie. En cambio si se trata de un pacífico barco de rescate los esfuerzos de Jack serán los más loados.

Del mismo modo se dan en nuestra sociedad situaciones que se prestan a diversas interpretaciones, entre otras el estado de la nación y las medidas a tomar para resolver unas y otras problemáticas estatales, lo que produce líderes diversos y seguidores que libremente les apoyan. Las diferencias en sus percepciones pueden enriquecer a todos si se da un respeto y se posibilita el diálogo, aunque por supuesto se debe arbitrar un método de consenso o convivencia si se pretende que todas las posturas coexistan pacíficamente. Pero cuando las posturas se polarizan en dos posiciones enfrentadas, que además no hacen sino insultarse y echarse la zancadilla mutuamente, el personal se va dividiendo en dos grupos irreconciliables. Si además se desata de forma incontrolada la violencia entre ambos bandos, lo más probable es terminar en guerra o abocados a una partición, más o menos acordada, en dos o más sociedades separadas. Pero ¿no es necesario en algunas ocasiones levantarse en armas frente a un peligro verdaderamente destructor? (recordemos que Hitler al principio también fue considerado por muchos un salvador).

Otro ejemplo similar a la dinámica social que nos está presentando este episodio es el caso de religiones enfrentadas, situaciones que por desgracia en muchas ocasiones de nuestra historia dieron lugar a crueles derramamientos de sangre. Diversas interpretaciones de lo que es la salvación o la perdición última llegaron a situar a la gente ante enrevesadísimos conflictos de conciencia que no fueron capaces de resolver pacíficamente, dando lugar a crueles guerras entre religiones de las que aún hoy en día se sufren terribles secuelas. Sin embargo una gran mayoría de los líderes religiosos actuales entiende que es posible defender su postura respetando las posturas diferentes, sin tener que agredir físicamente a nadie. La diferencia en el modo de interpretar la salvación y la perdición, aunque profundamente inquietante, puede impulsarnos a un respetuoso diálogo, en el que se vayan aprendiendo cada vez un poco mejor los motivos profundos que fundamentan las diversas formas de esperanza que albergan los seres humanos. Pero no se entiende que el respeto a las múltiples opciones distintas nos convierta en personas totalmente indiferentes a la situación de salvación y perdición. Sería el caso de un “perdido” que ante la venida apocalíptica del carguero, pasara tanto de ser rescatado de la isla como de la posibilidad de ser asesinado y se quedara tranquilamente a su rollo en las cuevas, o cualquier otro sitio pretendidamente neutral, a verlas venir.

Finalmente “El principio del fin” nos sitúa ante ciertos desafíos de la sociedad actual que en gran medida no tenemos ni idea de cómo valorar. La tecnología, la globalización, los enormes cambios ideológicos y sociales que se producen a un ritmo vertiginoso en la cultura occidental ¿encierran una promesa latente de la más profunda liberación previamente jamás soñada o nos abocan a una deshumanización sin precedentes? Probablemente ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario, es decir, que ambas potencialidades están presentes en un enorme abanico de posibilidades y se hace imprescindible aprender a navegar con pericia por estas nuevas aguas para discernir en cada momento sabiamente. Pero precisamente la diversidad de posibilidades y la dificultad de poder dar una respuesta clara que abarque cada posible situación es lo que no nos permite zafarnos de tener que afrontar la problemática desde todos los puntos de vista implicados, de tratar de articular algún tipo de dispositivo integrador o institución reguladora que permita obtener las respuestas adecuadas a cada nueva situación emergente, teniendo en cuenta todos los aspectos esenciales de la cuestión. Polarizarse en dos posturas opuestas no es la solución adecuada. Queremos salir de “la isla” (las enfermedades, el paro, el terrorismo, la pobreza, la catástrofe ecológica...), pero no queremos crearnos un futuro en el que todos acabemos tan mal que sólo podamos soñar en volver a esa situación anterior.

Amparo

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